Color: BLANCO
24 de noviembre de 2019
Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel 5,1-3:
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a
Hebrón a ver a David y le dijeron: «Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace
tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las
entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás
el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel."» Todos los
ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos
un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey
de Israel.
Salmo
Sal 121,1-2.4-5 R/.
Vamos alegres a
la casa del Señor
Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
Colosenses 1,12-20
Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces
de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del
dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por
cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen
de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron
creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos,
Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es
anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo:
de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así
es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la
tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43
En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a
Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el
Mesías de Dios, el Elegido.» Se burlaban de él también los soldados,
ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti
mismo.» Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es
el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba,
diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el
otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio?
Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio,
éste no ha faltado en nada.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a
tu reino.» Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el
paraíso.»
Palabra del Señor
Gloria a ti Señor Jesús
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Jesucristo Rey del Universo
Termina el año litúrgico, el ciclo del evangelio de
Lucas, y la Iglesia lo dedica a Jesucristo, ya que en El convergen todas las
causas justas del mundo. Es una fiesta en sí reciente, pero que poco a poco ha
ido perfilándose como lo más adecuado para cerrar el tiempo litúrgico de la
Iglesia. Por encima de las catástrofes y de la destrucción, aparece en el
horizonte nuestro Señor Jesucristo, un rey sin poder, sin reino, entendido éste
como espacio o nación donde reinar. Jesús, en este momento nuevo de
nacionalismos, pretende que todos los hombres sean hermanos, que los pueblos no
tengan fronteras. Su reinado solamente se puede celebrar y entender desde la
solidaridad más universal.
La lectura se ambienta en Hebrón, donde según la
tradición, se conservan las tumbas de los Patriarcas del pueblo de la Alianza.
Los del sur, a cuya tribu de Judá pertenecía David, ya lo había proclamado rey.
Ahora vienen las tribus del norte, las de Israel, para pedirle que lo quieren
también como rey. Es muy compleja la “historia” de David, su subida al trono,
las razones por las cuales fue primeramente elegido por Judá y después vinieron
a ofrecerle el reino del norte, Israel, que había tenido una historia distinta.
Hay cosas seguras o bien aceptadas, desde luego, pero no podemos negar que la
“leyenda” de cómo David fue “ungido” rey se convierte en una leyenda religiosa
a medida de la concepción del soberano en Oriente, como representante de los
dioses. El Dios de Israel, Yahvé, no tiene preferencias por un tipo de
gobierno… pero la historia antigua no puede prescindir de lo religioso y de
suponer una intervención de Dios en casi todo.
La historia en este caso es bien explícita: David
tenía fama de buen defensor y sobre él se tejerá la leyenda sagrada de rey
justo y capaz de alcanzar la unidad. Él conquista la paz; aunque, lógicamente,
la paz de David es una paz efímera, lo mismo que la solidaridad entre las
tribus, entre el norte y el sur, se resiente de muchos defectos. Pero es el
primer apunte de una teología de pacificación y solidaridad que solamente se
encontrará con Jesús de Nazaret. Aquí, a continuación de nuestro texto, se
habla de los treinta años que tenía cuando comenzó a reinar sobre Hebrón y de
los treinta y tres sobre Israel. Quizá Lucas haya podido tener esto en cuenta
cuando en Lc 3,23 nos habla de la edad de Jesús para enlazar con la genealogía
que justificaría que Jesús era, por José, descendiente de la línea de David.
La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno
cristológico de resonancias inigualables: Cristo es la imagen de Dios, pero es
criatura como nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se
nos hace accesible por medio de Cristo. Y así, Él es el “primogénito de entre
los muerto”, lo que significa que nos espera a nosotros lo que a Él. Si a él,
criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos
dará la vida que él tiene.
Entre las afirmaciones o títulos sobre Cristo que
podrían parecernos alejadas de nuestra cultura y de nuestra mentalidad, podemos
escuchar y cantar este “himno” como una alabanza al “primado” de Cristo en
todo: en su creaturalidad, en su papel salvífico, en su resurrección de entre
los muertos. Para los cristianos ello no debe ser extraño, porque nuestra
religión, nuestro acceso a Dios, está fundamentada en Cristo. Puede que en el
trasfondo se sugiera alguna polémica para afirmar la “plenitud” de todas las
cosas en Cristo. Pero es como un grito necesario este canto, porque hoy, más
que nunca, podemos seguir afirmando que Cristo es el “salvador” del cosmos.
Cristo ha traído la salvación y la liberación, no
solamente para un pueblo, sino para todos los pueblos, para todas las naciones.
¿Por qué? Porque Él es la imagen del Dios invisible. Este concepto, siempre
discutido, se carga de contenido para mostrar la diferencia entre los reyes del
pueblo del Antiguo Testamento y Cristo. Naturalmente que nos encontramos ante
una confesión de fe, cantada y vivida por las comunidades primitivas y recogida
en esta carta paulina. El primado de Jesús le viene de la creación y de su
papel en el proyecto redentor y liberador de Dios. De la creación, porque ha
vivido en profundidad la dignidad que Dios siempre ha querido para todo ser
humano. De todas las afirmaciones que sobre el particular se nos presentan, lo
más definitivo es que todo se sustenta en Él. En la redención porque se ha sometido
siempre a la voluntad de Dios y así, además de ser el primero en la Iglesia, es
el primogénito de entre los muertos: su resurrección, pues, es el prototipo de
lo que nos espera a todos nosotros.
El Salvador crucificado, ese es nuestro rey
III.1. El evangelio de Lucas forma parte del relato de
la crucifixión, diríamos que es el momento culminante de un relato que encierra
todo la teología lucana: Jesús salvador del hombre, y muy especialmente de
aquellos más desvalidos. Lucas, con este relato nos quiere presentar algo más
profundo y extraordinario que la simple crucifixión de un profeta. Por ello se
llama la atención de cómo el pueblo “estaba mirando” y escuchando. Y comienza
todo un diálogo y una polémica sobre la “salvación” y el “salvarse” que es uno
de los conceptos claves de la obra de Lucas. Los adversarios se obstinan en que
Jesús, el Mesías según el texto, no puede salvarse y no puede salvar a otros.
Además está crucificado y ya ello es inconveniente excesivo para que el letrero
de la cruz (“rey de los judíos”=Mesías) pierda todo su sentido jurídico y se
convierta en sarcasmo. Está claro por qué ha sido condenado: por una razón
política, acusado de ir contra Roma, en nombre de un mesianismo que ni
pretendió, ni aceptó de sus seguidores.
Todo, en el relato, convoca a contemplar; emplaza al
“pueblo” (testigo privilegiado de la pasión en Lucas) para que sea espectador
del fracaso de este profeta que ha dedicado su vida al reinado de Dios, sin
derecho alguno, y rompiendo las normas elementales de las tradiciones
religiosas de su pueblo. Los profetas verdaderos no pueden acabar de otra
manera para las religiones oficiales. Por lo mismo está en juego, según la
teología de Lucas, toda la vida de Jesús que es una vida para la salvación de
los hombres. La psicología del evangelista se percibe a grandes rasgos. El
pueblo será “secretario” cualificado del fracaso de éste que se ha atrevido a
hablar de Dios como nadie lo ha hecho; porque se ha osado recibir a los
publicanos y pecadores, compartir su vida con hombres y mujeres que le seguían
hasta Jerusalén. Este era el momento esperado… y, de pronto, un “diálogo”
asombroso rompe, antes de la hora “tercia”, el “nudo gordiano” de la salvación.
No va a ser como Alejandro Magno con su espada a tajo, en Godion de Frigia,
para dominar el mundo por esa decisión drástica. Será con la oferta audaz y
valiente de la salvación en nombre del Dios de su vida.
El diálogo con los malhechores (vv. 39-43), y
especialmente con aquél que le pide el “paraíso”, es un episodio propio de
Lucas que ha dado al relato de la crucifixión una fisonomía inigualable. La
comparación que hemos mencionado con Alejandro Magno y el “nudo gordiano” sigue
estando en pie a todos los efectos. Quien crucificado, la muerte más
ignominiosa del imperio romano, pueda ofrecer la salvación al mundo, podrá
dominar el mundo con el amor y la paz, no con un imperio grandioso fundamentado
en la guerra, la conquista, la muerte y la injusticia. Lucas es consciente de
esta tradición que ha recogido y que ha reinventado para este momento y en este
“climax”. Cuando ya está dictada la sentencia de impotencia y de infamia… la
petición de uno de los malhechores ofrece a Jesús la posibilidad de dar vida y
salvación a quien irá a la muerte innoble como él. No es un libertador militar…
está muriendo crucificado, porque ha sido condenado a muerte. Los valientes
militares morían a espada; los esclavos y los parias, en la “mors turpissima
crucis”.
El malhechor lo invoca con su nombre propio ¡Jesús!,
no como el de Mesías o el de Rey o incluso el de Hijo de Dios. Esto es algo que
ha llamado poderosamente la atención de los intérpretes. Es verdad que en la
Biblia, en el nombre hay toda una significación que debe ser santo y seña de
quien lo lleva. “Jesús” significa: “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Es una
plegaria, pues, al crucificado, pero Lucas entiende que en todo aquello está
Dios por medio. Es decir, que Dios no está al margen de lo que está
aconteciendo en la cruz, en el sufrimiento de Jesús y de los mismos malhechores.
La interpelación del buen ladrón como plegaria es para Lucas toda una enseñanza
de que el crucificado es el verdadero salvador y de que por medio de su vida y
de su muerte, Dios salva. Por tanto encontraremos salvación y salvación
inmediata: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta es una fórmula bíblica
cerrada para expresar la vida después de la muerte. No sabemos cómo ha llegado
a Lucas este diálogo de la cruz, pero la verdad es que es lo más original de
todos los evangelistas sobre esta escena de la pasión. Jesús es verdaderamente
rey, aunque al margen de todas las expectativas políticas. El “nudo gordiano”
se rompe, si queremos a tajo, por la palabra de vida que Jesús ofrece en nombre
de Dios.
Este relato majestuoso tiene muy poco de deshonor.
Lucas no entiende la muerte de Jesús como un fracaso. Y no lo es en verdad. Es
el momento supremo de la entrega a una causa por la que merece dar la vida.
Cuando todos los que están al lado de la cruz le han retado a que salve tal
como ellos entienden la salvación, Jesús se niega a aceptarlo. Cuando alguien,
destrozado, aunque haya sido un bandido o malhechor, le ruega, le pide, le
suplica, ofrece todo lo que es y todo lo que tiene. Desde su impotencia de
crucificado, pero de Señor verdadero, ofrece perdón, misericordia y salvación.
Esta teología de la cruz es la clave para entender adecuadamente a Jesucristo
como Rey del universo. Es un rey sin poder, es decir, el “sin-poder” del amor,
de la verdad y del evangelio como buena nueva para todos los que necesitan su
ayuda. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” es la afirmación más rotunda de lo
que este rey crucificado ofrece de verdad. No es la conquista del mundo, sino
de nuestra propia vida más allá de este mundo.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
"Yo he venido para que tengan vida y vida en
abundancia" (Jn 10,10)✍
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