martes, 14 de enero de 2020

Miércoles, I Semana. Tiempo Ordinario (Feria o Memoria de la Virgen María)




Color: VERDE/AZUL/BLANCO

15 de enero de 2020

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel 3, 1-10. 19-20

En aquel tiempo, el joven Samuel servía al Señor al lado de Elí.
La palabra del Señor era rara en aquellos días y no eran frecuentes las visiones.
Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos habían comenzado a debilitarse y no podía ver.
La lámpara de Dios aún no se había apagado y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios.
Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió:
«Aquí estoy».
Corrió adonde estaba Elí y dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Respondió:
«No te he llamado. Vuelve a acostarte».
Fue y se acostó.
El Señor volvió a llamar a Samuel.
Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Respondió:
«No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte».
Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor.
El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel:
«Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: "Habla, Señor, que tu siervo escucha"».
Samuel fue a acostarse en su sitio.
El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores:
«Samuel, Samuel».
Respondió Samuel:
«Habla, que tu siervo te escucha».
Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras. Todo Israel, desde Dan a Berseba, supo que Samuel era un auténtico profeta del Señor.

Palabra de Dios
Te alabamos Señor

Salmo

Sal 39, 2 y 5. 7-8a. 8b-9. 10

R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños. R/.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios;
entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.

«—Como está escrito en mi libro—
para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». R/.

He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes. R/.


Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía era muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Palabra del Señor
Gloria a ti Señor Jesús

REFLEXIONANDO LA PALABRA

"Habla, Señor, que tu siervo escucha"
Cuando sentimos que alguien nos llama, queremos dirigir nuestra atención y nuestra mirada hacia la persona que nos llama. Buscamos insistentemente para identificar a la persona que ha pronunciado nuestro nombre.

Cuando era pequeño y alguien pronunciaba mi nombre no podía dejar de sentirme culpable. Y en ocasiones aún me pasa. Quizás porque me he acostumbro a no ser el protagonista de la vida de nadie, y me resulte extraño esa situación ¿Y quién es el protagonista en realidad? ¿El que es llamado? ¿El que llama?

Ante la insistencia de Samuel, de acudir ante la presencia de Elí, se describe una historia de costumbre. Samuel se acostumbró a la presencia y a las llamadas de Elí, y no era capaz de identificar otra llamada.

La lectura nos dice que Samuel, aunque vivía en el templo, no conocía a Dios, pues aún no se le había revelado. Y es que no basta con el mero hecho de vivir en el templo para conocer a Dios. Se necesita el acontecimiento, se precisa el encuentro. Acontecimiento y encuentro que nutren de calidad cada momento donde uno se muestra presente ante Dios.

Fue Elí, quien se percata de lo que va acontecer. Elí, le da la respuesta a Samuel: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Porque no hay acontecimiento y encuentro sin la posibilidad de la disponibilidad y la escucha. Cada historia personal con Dios comienza de esta manera.

El texto recoge que Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejaba de cumplirse. El crecer y la presencia de Dios caminan de la mano. No hay presencia de Dios sin crecimiento, y no hay madurez sin que se esté cumpliendo la promesa. No es pues la inmediatez de la respuesta la que nos da la garantía de reconocer a Dios en nuestro vivir. Reconocer a Dios lleva implícito el cumplimiento de la palabra dada por Dios, que siempre es fiel a su promesa.

"Todo el mundo te busca"
Después de curar a la suegra de Pedro, creció la fama de Jesús como un hombre que curaba a los enfermos. En Él se estaba cumpliendo las palabras de Isaías, porque Él me ha ungido para anunciar a los cautivos la libertad. ¿De dónde salía la fuerza curadora de Jesús?

El texto recoge que se apartó del lugar para orar. Y así lo encontraron los discípulos: orando ¿Estaría abrumado por la gente? ¿Necesitaba soledad? ¿Para qué buscar soledad si él era Dios? Se alimentaba de su intimidad con el Padre, para saber decir al abatido una palaba de aliento.

Jesús no temía la soledad, como a mucha gente le aterroriza estar sola. Se puede alcanzar una cierta serenidad estando solo, sin que la gente requiera la inmediatez de la atención. El servicio de curar era una muestra más de que su palabra era cierta y veraz, pero no era la única forma de expresarla. El gesto requiere una palabra, y sin palabras no hay curación, porque quien no escucha no puede ser salvado.

Cuando le pedimos a Dios que nos cure de una enfermedad se lo pedimos de manera inmediata; pero, ¿es oportuna y conveniente esa oración? A veces, oramos pidiendo a Dios milagros que acreciente o fortalezca nuestra fe debilitada por una enfermedad, pero no le pedimos que nos acompañe en su proceso. ¿Y qué es más importante? ¿La curación total o el proceso de salud al que te conduce la curación?

Jesús no sólo quiere curar, quiere el proceso de salud que te conduce a la curación, y eso lo expresa con sus palabras. Hace profundizar en Dios, crea la necesidad de Dios en tu camino, y una vez acogido en diálogo constante con Él, comprenderás que el proceso de salud está en marcha. Hablo de la salud interior, la que me procura fortaleza para afrontar cada enfermedad, la que descubro cuando el silencio se ha hecho presente alejando de mí toda inmediatez que hace de mi vida un sobresalto.

Recuerdo, cómo un joven me llamaba a diario para comprender por qué su madre moriría tan pronto. Sus sentimientos eran de un profundo abandono, de una rabia incontrolada, de una impotencia agrandada por una gran decepción: “Dios no ha querido darle más vida”. Era una visión realmente negativa de la vida y de Dios interiorizada. En lugar de comprender que Dios no ha querido que su madre sufriera más, y que la ha acogido en su casa, en su presencia, el joven sólo miraba la parte de ausencia, dolor y pérdida. Es lo que nos cuesta aceptar que la vida no es egoísta. No miremos cuánto perdemos en la vida cuando estemos enfermos o moribundos o tengamos al lado a un familiar con una situación semejante; miremos más bien cuanto regalamos o donamos cuando estamos a punto de entregar de forma agradecida la vida al Padre.

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote

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