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1 de febrero de 2020
Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel 12, 1-7a. 10-17
En aquellos días, el Señor envió a Natán a ver a David
y, llegado a su presencia, le dijo:
«Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro
pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre, en cambio, no tenía más
que una cordera pequeña que había comprado. La alimentaba y la criaba con él y
con sus hijos. Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo;
era para él como una hija.
Llegó un peregrino a casa del rico, y no quiso coger
una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que
había llegado a su casa, sino que cogió la cordera del pobre y la aderezó para
el hombre que había llegado a su casa».
La cólera de David se encendió contra aquel hombre y
replicó a Natán:
«Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es
reo de muerte. Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no
haber tenido compasión».
Entonces Natán dijo a David:
«Tú eres ese hombre. Pues bien, la espada no se
apartará de tu casa jamás, por haberme despreciado y haber tomado como esposa a
la mujer de Urías, el hitita”. Así dice el Señor:
“Yo voy a traer la desgracia sobre ti, desde tu propia
casa. Cogeré a tus mujeres ante tus ojos y las entregaré a otro, que se
acostará con ellas a la luz misma del sol. Tú has obrado a escondidas. Yo, en
cambio, haré esto a la vista de todo Israel y a la luz del sol”».
David respondió a Natán:
«He pecado contra el Señor».
Y Natán le dijo:
«También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás.
Ahora bien, por haber despreciado al Señor con esa acción, el hijo que te va a
nacer morirá sin remedio».
Natán se fue a su casa.
El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había
dado a David y cayó enfermo.
David oró con insistencia a Dios por el niño. Ayunaba
y pasaba las noches acostado en tierra.
Los ancianos de su casa se acercaron a él e intentaban
obligarlo a que se levantara del suelo, pero no accedió, ni quiso tomar con
ellos alimento alguno.
PALABRA DE DIOS
TE ALABAMOS SEÑOR
Salmo
Sal 50, 12-13. 14-15. 16-17
R/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro
Oh, Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
Líbrame de la sangre, oh, Dios,
Dios, Salvador mio,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 35-41
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como
estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas
rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa,
dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo
obedecen!».
PALABRA DEL SEÑOR
GLORIA A TI SEÑOR JESÚS
REFLEXIONANDO LA PALABRA
"He pecado contra el Señor"
En el relato del 2º libro de Samuel se nos refiere
como Dios, ante el pecado cometido por el rey David, al haber mandado a una
muerte segura a Urías el hitita, uno de sus mejores guerreros, para poder
conseguir casarse con su mujer, a la que había dejado embarazada el rey. Natán el profeta, tomando como excusa la
parábola del hombre rico y el hombre pobre, a quien el rico le arrebata su
única cordera para agasajar a un huésped, hace caer en la cuenta a David del
gran pecado que había cometido, y éste, reconociendo su pecado, se arrepiente,
y el Señor, a través de Natán, le perdona la vida, pero le ratifica la
desgracia que le sucederá, pues el hijo que va a tener de la mujer de Urías,
morirá.
Efectivamente, el niño cayó enfermo y David rogó al
Señor por él, se sometió a ayuno y sacrificio, pero finalmente el niño murió.
David verdaderamente se arrepintió, pero el Señor le
hizo comprender cómo, por su propio egoísmo, había sido capaz de arrastrar a la
muerte al marido de la mujer que deseaba.
¡Cuántos casos conocemos en que para conseguir un fin
deseado, no importan los medios utilizados para alcanzarlo! Lo vemos en el
mundo de los negocios, de la economía, en el de la política, etc. Que para
prosperar y situarse por encima de todos, no les importa pisotear, arruinar o
maldecir a sus adversarios, con tal de conseguir el fin que se proponen.
Vemos que prácticamente predomina el egoísmo propio
más que la armonía entre los distintos actores de nuestra sociedad, por eso hay
que pedir como el salmista: ¡Oh Dios! Crea en mi un corazón puro, renuévame, no
permitas que me aparte de ti, concédeme la alegría de tu salvación, para que
enseñe a los malvados tus caminos y los pecadores volverán a ti.
"Vámonos a la otra orilla"
San Marcos nos presenta el episodio en que Jesús,
después de haber estado predicando a la multitud, agotado, les pide a los
discípulos que lo desplacen a la otra orilla del lago, como sugiriendo que su
enseñanza llegue a todas las gentes.
En el viaje se queda dormido en popa y se desata una
gran tormenta, las olas golpeaban y zarandeaban la barca; los discípulos,
asustados, lo despiertan reprochándole que la situación era grave y que Él
permanecía dormido, Jesús hizo silenciar al viento y calmar al mar
instaurándose una gran calma y les echó en cara la situación diciéndoles: “¿pero cómo sois tan cobardes? ¿Aun no tenéis
fe?”. Los discípulos atónitos, se admiran de ver como el viento y el mar se
sometía a la demanda de Cristo.
Jesús quiere universalizar su mensaje, por eso pide a
los apóstoles que lo lleven a la otra orilla, la tormenta que se desata es
similar a las asechanzas del mal, la barca es semejante a la Iglesia que se ve
zarandeada por los avatares de la historia pero que, gracias a la presencia de
Jesús, ninguno de los males que intentan avasallarla, son capaces de hacer
mella en su rumbo, aunque muchas veces nuestra falta de fe influye en la deriva
que puede tambalear a la Iglesia.
Las situaciones que se nos presentan, en su mayoría,
están guiadas por los egoísmos personales, en los que anteponemos nuestro
interés, a lo que pudiera redundar en beneficio de los demás; nuestros propios
criterios los queremos hacer prevalecer frente a lo que piensan los que nos
rodean y somos incapaces de reconocer los méritos ajenos, fijándonos únicamente
en sus faltas. No somos capaces de reconocer nuestros malos sentimientos y
arrepentirnos de nuestras acciones, reconociendo la incansable misericordia de
Dios entregándonos al servicio de los demás, por eso ante situaciones
excepcionales nos preguntamos atónitos: ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las
aguas le obedecen!
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
Que Dios llene de paz tu casa y bendiga tu vida rica y
abundantemente ✍
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