jueves, 20 de febrero de 2020

Viernes, VI Semana. Tiempo Ordinario (San Pedro Damiani)




Color: VERDE/BLANCO

21 de febrero de 2020

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol Santiago 2, 14-24. 26

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz; abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá:
«Tú tienes fe, y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».
Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien. Hasta los demonios lo creen y tiemblan.
¿Quieres enterarte, insensato, de que la fe sin las obras es inútil? Abrahán, nuestro padre, ¿no fue justificado por sus obras al ofrecer a Isaac, su hijo, sobre el altar? Ya ves que la fe concurría con sus obras y que esa fe, por las obras, logró la perfección. Así se cumplió la Escritura que dice: «Abrahán creyó a Dios, y eso le fue contado como justicia» y fue llamado «amigo de Dios».
Ya veis que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe.
Por lo mismo que el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

PALABRA DE DIOS
TE ALABAMOS SEÑOR

Salmo
Sal 111, 1-2. 3-4. 5-6

R/. Dichoso quien ama de corazón los mandatos del Señor
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. R/.

En su casa habrá riquezas
y abundancia, su caridad dura pos siempre.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo. R/.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos,
porque jamás vacilará.
El recuerdo del justo será perpetuo. R/.


Lectura del santo evangelio según san Marcos 8, 34 – 9, 1

En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?
Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Y añadió:
«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».

PALABRA DEL SEÑOR
GLORIA A TI SEÑOR JESÚS

REFLEXIONANDO LA PALABRA

La fe y las obras son inseparables
A las personas humanas nos cuesta “integrar”, “unir”. Tenemos una tendencia a separar, incluso, lo que no se puede separar, para dar más importancia a uno de los extremos. Lo vemos claro en el asunto que plantea Santiago en la primera lectura. Fe y obras siempre han de ir unidas. Quien ha recibido el regalo de la fe, de creer en Dios, de aceptar la amistad con Jesús, y su ser nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida… lo ha de manifestar en sus obras. Sus obras no puede ir por otra dirección de lo que cree.

Pero, ya en la primitiva iglesia, algunos no lograban unir fe y obras. Santiago se dirige a los que dan mucha más importancia a la fe que a las obras para decirles que deben ir unidas. Al final de sus razonamientos concluye: “Por lo tanto, lo mismo que un cuerpo que no respira es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver”.

Los seguidores de Jesús del siglo XXI no queremos ser cadáveres, Queremos  que nuestras obras, todo nuestro actuar, venga impulsado por nuestra fe, por Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor.

El que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará
Jesús nos ha convencido que seguirle a él es lo mejor que nos puede ocurrir en la vida. Este seguir a Jesús lo hemos de traducir por “el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará”. Que fue lo que le sucedió a Jesús. Le mataron por ser fiel a su buena noticia, y no desdecirse del mensaje que nos había traído y así entregó su vida por amor a nosotros. Le cargaron con su cruz y murió en ella. Pero ese no fue el final. Al tercer día resucitó, salvó su vida.

Desde aquí entendemos mejor las palabras que nos dirige Jesús: “El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Nuestra cruz ha de tener los mismos motivos que la que cargó Jesús, vivir el evangelio, vivir el “ámense unos a otros como yo los he amado”.

Jesús nos lo advierte. Salvar la vida, ser felices… no va por el camino de “ganar el mundo entero”, algo que nos lleva a la ruina, sino por el camino de Jesús, el de la entrega, el de la cruz y la resurrección a la vida de total felicidad.

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote

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