Color: MORADO
22 de marzo de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
La ceguera biológica, si bien es
una incapacidad para ver, mirar o contemplar, no es una incapacidad para vivir,
sentir o pensar. Integrada positivamente en el marco de la propia existencia,
la ceguera podría ayudar a desarrollar los otros sentidos, a través de los
cuales se podrían tender puentes hacia la vida y hacia las personas. Al mismo
tiempo, se puede decir que una incapacidad visual no impide desarrollar el
sentido moral, el juicio crítico o la búsqueda de Dios.
“Jesús vio a un hombre ciego de
nacimiento” (Jn 9,1), pero sus discípulos sólo pueden ver a un pecador. Los
vecinos del hombre ciego sólo ven a un mendigo que pide limosnas y los fariseos
“no ven” al ciego, sino que centran la mirada en aquel que le devuelve la vista
transgrediendo el sábado. Cada uno puede ver de acuerdo con las claves de
lectura que lleva en el corazón. Cada uno puede ver de acuerdo con la imagen de
Dios que sostiene su fe.
Sólo Jesús reconoce en el ciego
una persona. Sólo Jesús ve en el ciego a alguien en quien se pueden manifestar
“las obras de Dios” (cf. Jn 9, 3b). A través de la humanidad de su mirada,
Jesús revela la mirada de un Dios que “ve el corazón” (1Sam 16,7).
La ceguera como incredulidad
La ceguera de fe o incredulidad
nace de la propia libertad: se elige y se decide no querer creer. Se elige y se
decide cerrar el corazón y la inteligencia al misterio.
Creer exige animarse a
desinstalar determinados esquemas, arquetipos o ideas que pueden cerrar el
corazón y la inteligencia convirtiendo a una persona buena en un
fundamentalista. Los fariseos eligen no creer en el signo realizado por Jesús,
porque eso los llevaría a creer en la persona y en la palabra de Jesús. En
consecuencia, se cierran en un juicio superficial que los hace desviar la
mirada de lo que Jesús hace en el ciego de nacimiento para centrar la mirada en
la transgresión a la Ley. Un agravante a esta situación será buscar justificar
su posición religiosa y moral en el testimonio de la familia del hombre ciego.
La cerrazón libre y consciente
(del corazón y de la inteligencia) a la fe constituye un pecado grave que
revela una obstinación narcisista y un hermetismo espiritual, teologal y moral,
ya que cerrarse a la fe implica cerrarse a la misericordia y a la comunión.
La ceguera como camino hacia
Jesús
Para el ciego de nacimiento, la
ceguera no fue un obstáculo. Tampoco fue una fuente de resignación. Mucho menos
fue un impedimento para creer. Su ceguera atrajo la mirada de Jesús. Algo en su
corazón lo hizo confiar en Aquel a quien no veía. “El ciego fue, se lavó y, al
regresar, ya veía” (Jn 9,7).
Jesús realiza un signo que
cambiará radicalmente la vida del hombre ciego. Todo signo en el contexto
joánico tiene una función reveladora y pedagógica. Jesús se revela como “luz
del mundo” (cf. Jn 9,5), una luz que ayuda a ver, mirar y contemplar como lo
hace Dios: en clave esperanza y en clave de reconciliación. La pedagogía de la
verdad implicará, en términos paulinos, “vivir como hijos de la luz”, lo cual
se traducirá en una búsqueda de “la bondad, la justicia y la verdad”
La fe ayuda a ver más allá de lo
evidente, de lo inmediato y de lo superficial. La fe ilumina la inteligencia y
los sentidos para descubrir y reconocer lo bueno, lo bello y lo verdadero que
hay en las personas y en los acontecimientos. La fe le permite al ciego de
nacimiento reconocer que Jesús viene de Dios y puede realizar sus obras. Pero
también le permite, junto con la capacidad biológica de ver, contemplar el
rostro de Jesús y confesar: “Creo, Señor” (cf. Jn 9,38).
JOSÉ ALIRIO LAGAREJO PALOMEQUE
SACERDOTE
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
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