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18 de marzo de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Un dios cercano como nuestro Dios
Moisés entrega los mandatos de
Dios al pueblo, ellos son la sabiduría y la inteligencia para mostrarse ante
otros pueblos. Los mandamientos son la guía de valores con la que el pueblo de
Israel, una vez liberado de la esclavitud, puede asumir en la tierra prometida.
Los mandamientos lo podemos ver
como prohibiciones o limitaciones, pero más bien son criterios para usar bien
la libertad. Son criterios de amor y adhesión al Dios que liberó. Si los leemos
bien pueden ser una meta a conseguir para vivir mejor nuestra libertad.
Si nuestra libertad no se guía
por unos criterios objetivos, podemos caer en la esclavitud nuevamente:
alcohol, drogas, ludopatías… Esclavitudes que son modificables, si ponemos tras
la libertad unos criterios y actitudes activas, que respeten por encima de toda
la vida que Dios nos ha ofrecido de liberación.
Caemos en el error cuando vivimos
la libertad queriendo evitar lo que hicieron nuestros mayores. Una experta en
psicología me decía tiempo atrás, que la mejor manera de superar los miedos y
las fobias era “evitar-evitar”. Es decir, no huir de los momentos o situaciones
que me provocan miedo, sino enfrentarlas hasta acostumbrar a la mente y al
cuerpo a vivir confrontándolas, aunque sea desde la tensión.
Aplicando este principio al miedo
a los errores, al final caemos en el error de olvidar cuánto se nos ha liberado
desde el pasado: la libertad de la que disfrutamos es la conquista del ayer de
nuestros mayores. Y eso no puede caer en el olvido. En muchas ocasiones
olvidamos cuánto se nos ha amado, cuánto han sacrificado por ti la vida, cuánta
vida te han regalado a lo largo del tiempo. Caemos en el pecado de la
ingratitud.
Sin embargo, es diferente vivir
evitando a Dios. Cuando Dios cae en el olvido vivimos aferrados a una libertad
sin alma y alimento. Vivimos con
ausencias de criterios objetivos que sitúen a nuestra libertad como amiga de la
vida. No hay otro Dios tan cercano como Aquél que nos libera de toda esclavitud;
pero, tiene un inconveniente, y es que nos libera con la Verdad de Jesucristo.
Abolir la ley o a darle plenitud
En tiempos de Jesús, había gente
que se distinguía por su adhesión a la ley, pero convirtieron la ley en una
esclavitud para el ser humano. Jesús se sentía libre para actuar según la
voluntad de Dios, pero no se sentía sujeto a lo absurdo de cuantos convirtieron
la ley de Dios en una injusticia para el hombre: demasiados enfermos y mujeres
declarados impuros; marginados en virtud de la aplicación de unos preceptos,
que habían crecido en número queriendo mejorar la vida piadosa de la gente.
Sin embargo, Jesús no quería
abolir ningún precepto. Al contrario, venía a dar plenitud a la ley que
estableció Dios por medio de Moisés. La cuestión es cuando la Ley margina, o
permite quitar bondad a la vida de los hombres. Jesús siempre opta por el bien
de la humanidad que transita por los caminos de Dios.
Dar plenitud es dar sentido a los
criterios con los que uno se rige en la vida, sentido a su libertad, a su amor,
a su coraje y fuerza para vivir. Dar plenitud es comprometerse con la vida que
uno tiene entre sus manos, y que la libertad no sea una justificación para
ello. Dar plenitud es mirar la vida con los ojos de Dios, y ponerse en la piel
del que sufre. No puede importar más el sábado que la sanación de un enfermo.
No puede importar más el precepto que la dignidad de un hermano.
Miremos a nuestro alrededor, y
fijemos la mirada a cuantos hemos llamado pecadores y hemos negado nuestra
palabra, nuestro consuelo, nuestra compañía, nuestra ternura. Exigimos
demasiado al otro porque hemos visto pequeñeces en él. Pero somos incapaces de
ver la viga que no nos permite mirar a cuántas personas viven esperando
consuelo.
Jesús nos reta a enseñar y
cumplir el sentido de la ley, la plenitud de la ley, y para ello nos brinda el
reino de los cielos. Pidamos para que nuestra actitud como cristianos se
desprenda desde el consuelo a los más desfavorecidos.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
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