martes, 31 de marzo de 2020

Comentario: Miércoles, V Semana de Cuaresma


Miércoles, V Semana de Cuaresma

Color: MORADO

1 de abril de 2020

REFLEXIONANDO LA PALABRA

Un itinerario de quejas, que ignora la providencia de Dios
Eran frecuentes las quejas en el Israel del desierto. Había en ellas fundamento: el desierto es hostil e inhóspito; Egipto parecía más seguro (sobre todo idealizado desde lejos). Y el pueblo quería seguridades. Por eso murmuraba, no sólo contra Moisés –el líder perceptible-, sino también contra Dios –responsable último de aquellas incomodidades-.

El ciclo se repetía mil veces: protesta airada, castigo pedagógico, conversión forzosa e intercesión de Moisés, perdón y salvación generosos por parte de Dios. Y vuelta a empezar, pasadas unas cuantas dunas. ¡Qué difícil es aprender a confiar cuando uno lo pasa tan mal! Y, sin embargo, el Dios providente no se desentendía: la liberación de Egipto fue definitiva y la tierra prometida se hizo realidad a su debido tiempo.

Esta vez el castigo pedagógico fueron las serpientes, y fue también una serpiente la que facilitó el seguir viviendo (la serpiente era, en algunas culturas antiguas, símbolo de fecundidad y de protección contra fuerzas maléficas y para curar enfermedades). En plena Cuaresma, esa serpiente levantada, antídoto contra el mal, está evocando al Hijo del Hombre del evangelio de hoy, también levantado para ser reconocido e invocado como liberador definitivo de la mayor esclavitud, la del pecado. Somos invitados una y otra vez a la confianza, más allá de la queja y la protesta: Dios es siempre fiel a sus promesas, aunque parezcan lejanas y necesiten una larga paciencia.

Una invitación a descubrir a Jesús, más allá de cualquier controversia
Jesús era un enigma para los judíos, que no acababan de descifrar su identidad. Lo juzgaban desde ‘abajo’, y así les resultaba desconcertante; su origen y su destino eran objeto de frecuentes controversias que no aclaraban nada. Partiendo de los criterios de siempre no era posible discernir su sorprendente novedad.

Era necesario situarse en otro plano, contemplar al Hijo del Hombre desde ‘arriba’, desde la fe, desde la perspectiva de Dios. Era necesario dejar a un lado ‘lo de siempre’ y abrirse a lo nuevo y prometedor. Era necesario recibir, con un corazón bien dispuesto, aquella Buena Noticia que traía de parte de Dios un hombre sin ningún poder, pero dotado de una impresionante autoridad: la de su palabra luminosa y penetrante.

Las dudas sobre él se disiparían definitivamente –lo anticipó él mismo- cuando fuera ‘levantado’ sobre la tierra; entonces se sabría por fin quién era. El sentido de la elevación del Hijo del Hombre sólo puede entenderse a la luz del misterio pascual de su muerte y resurrección. Para el evangelista Juan ése es el momento por excelencia de la glorificación de Jesús: cuando sea elevado sobre la cruz, será elevado también en la gloria y su condición divina aparecerá a los ojos de todos, al mismo tiempo que la verdad de sus palabras.

Preguntémonos sólo estas dos cosas: ¿Hemos descubierto en la cruz de Jesús al enviado de Dios que ha venido a salvarnos? ¿Aceptamos las contrariedades de la vida, con la convicción de que en ellas está siempre presente el mismo Dios que acompañó a Jesús en la cruz?

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote

El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí.  El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11)



Lecturas              Comentario

Vía Crucis (El Camino de la Cruz)           

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