viernes, 13 de marzo de 2020

Comentario: Sábado, II Semana de Cuaresma



Color: MORADO

14 de marzo de 2020


REFLEXIONANDO LA PALABARA

Volverá a compadecerse de nosotros
Este fragmento corresponde al final del libro del profeta Miqueas; con anterioridad a este capítulo, el libro es un compendio de denuncias y condenas por todas las injusticias que se habían cometido, pero, sin embargo, en este último capítulo hay una añoranza de los tiempos antiguos, en los que Dios guiaba a su pueblo y los animaba con múltiples prodigios, y, al mismo tiempo, es un canto a la misericordia del Señor, quien, a pesar de todas las malas acciones, no se recrea en la ira, sino que se compadece de su pueblo.

El profeta alude a que la misericordia hará que el Señor vuelva a pastorear a su pueblo, como lo hizo antaño, perdonará todos sus pecados y absolverá todas sus culpas.

Miqueas exhorta a reconocer la culpa y, arrepentidos, confiar en la infinita misericordia de Dios.

El confiar en la capacidad de perdón de nuestro Padre, no debe servir de excusa para dar rienda suelta a nuestras malas acciones, pensando que, como Dios es misericordioso, nos perdonará en el último momento. ¡No! Si caemos, debemos, con un sincero arrepentimiento, suplicar el perdón que, si nuestra actitud es honesta, el Señor nos lo concederá, como dice el salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso, rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”

Padre, he pecado contra el cielo y contra ti
San Lucas nos refiere cómo Jesús -al ver que los fariseos y letrados murmuraban del Él, pues permitía que los publicanos y pecadores, se acercaran a escucharle-, les refiere la parábola del Hijo pródigo o del Padre misericordioso y el hermano envidioso.

Esta parábola, aunque es archiconocida por todos, no deja de ser tremendamente actual.

¿Con cuál de los dos hermanos nos identificaríamos?

Lo que permanece inalterable es la infinita bondad del padre, él se mantiene fiel en el amor que profesa tanto a uno como al otro hijo.

La actitud del hijo menor, llevado quizás por el ímpetu de la juventud, le exige al padre su parte de la herencia y emigra. La inexperiencia hace que malgaste su fortuna y, ante la carencia, recapacita, se arrepiente y decide pedir perdón a su padre humillándose y reconociendo su culpa. Todo lo vivido le hace añorar el cariño del padre.

Sin embargo, el otro, ha sido incapaz de darse cuenta del tremendo amor que su padre siente hacia él, pues la cercanía hace que no lo aprecie y lo considera como una cosa normal y, por lo tanto, ante la actitud del padre hacia el hermano, al recuperarlo, hace que sienta una tremenda envidia.

Frente a estas dos actitudes destaca la figura del padre, que en ningún momento, pierde la esperanza de recuperar a su hijo que ha emigrado, oteando diariamente el horizonte, con la esperanza de que vuelva y, cuando lo ve aparecer, corre hacia él, lo abraza, lo llena de besos y no le recrimina su actitud, al contrario, organiza un banquete para celebrarlo.

Al ver a su otro hijo que, malhumorado, no se alegra de la vuelta de su hermano, le abre su corazón reconociéndole que siempre lo ha tenido presente, y que todas sus posesiones son para él, pero que hay que dar gracias a Dios porque su hijo, al que consideraban muerto, ha revivido, estaba perdido y ha sido encontrado

¿Somos capaces de reconocer nuestras culpas, o nuestro orgullo nos lo impide?

¿Nos alegramos ante el hermano arrepentido o le recriminamos su error?

¿Somos capaces de perdonar sin rencor?

JOSÉ ALIRIO LAGAREJO PALOMEQUE
SACERDOTE

El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí.  El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11)




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