(San Pío V)
Color: BLANCO
30 de abril de 2020
El Evangelio de hoy en AUDIO
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Tras del martirio de Esteban comenzó una dura
persecución de los discípulos de Jesús, que se fueron dispersando y llevando
así el Evangelio por las regiones de Samaria y Galilea. Uno de aquellos siete
hombres elegidos por los apóstoles para llevar los asuntos de la comunidad, era
Felipe. El texto de los Hechos narra una escena, en clave de discipulado y
anuncio de Jesucristo. Dos hombres se encuentran en el camino por la zona
desértica desde Jerusalén a Gaza. Uno es un alto dignatario etíope, eunuco, que
regresa de Jerusalén, buscando a Dios. El otro es Felipe, dirigido por un
ángel, que le insta a ir por aquel camino y acercarse al carruaje del etíope.
Felipe, al que se describe como un hombre “de
confianza, entendido y lleno del Espíritu Santo” (Hech 6,3), ahora discípulo
perseguido, escucha al hombre africano, instruido y poderoso, aunque doblemente
excluido del judaísmo por ser extranjero y eunuco, que lee un texto del profeta
Isaías. Es muy poderosa esta imagen, que
preludia un salto enorme en la evangelización. No es casual, es Dios quien
posibilita este encuentro entre los dos hombres, uno buscador inquieto de Dios
y el otro, “servidor de la Palabra”. No es cuestión de ser judío o extranjero,
es cuestión de creer en Jesucristo y descubrirse hijo de Dios.
En este contexto, ambos son extraños y ambos tienen
sed de Dios. La Palabra les invita a la acogida, la cercanía y el diálogo. Uno
ofrece cobijo y el otro hace de guía en esa búsqueda que hará posible la fe.
“¿Entiendes lo que lees? ¿Cómo voy a entenderlo si nadie me guía?”, “¿De quién
dice esto el profeta?”, “¿Qué dificultad hay en que me bautice?”.
Es un camino catecumenal, que Felipe acompaña desde
las claves de un verdadero predicador: el etíope encuentra, desde la Palabra, a
quien busca, a Jesucristo; y al ser bautizado, descubre su identidad más
profunda, la de hijo de Dios. Ya no vio más a Felipe, “y siguió su camino lleno
de alegría”.
Cuestión de ser
¿Quién es ese Jesús que atrae de esa manera, que llena
de alegría y es fuente de vida, una vida nueva e imparable? El texto del
evangelio de Juan se sitúa en el centro del discurso sobre el Pan de Vida. Toda
gira en torno a una de esas siete frases de este Evangelio, que presentan
diferentes imágenes de Jesús como fuente de vida: “Yo soy el Pan vivo bajado
del cielo”. Del escenario del monte, donde había sido la multiplicación de los
panes, se cambia ahora a Cafarnaúm. Tiene dos partes: la primera se centra en
Jesús como enviado, y cómo la fe es don de Dios y es el camino para llegar al
Padre; en la segunda, Jesús es el pan de la vida, el pan eucarístico ofrecido
por la vida del mundo, fuente de vida y de comunión.
Dos ideas nos pueden guiar para adentrarnos en este
profundo discurso:
La primera es tan sencilla como aquello de lo que se
habla: el pan. A todos nos evoca un alimento familiar, cotidiano, que se
comparte en la mesa, al calor del hogar. Así es Jesús, “manso y humilde”,
servidor, alimento cercano del alma. La fe no es fe si es al margen de Jesús.
Nada nos colma ni nos da paz interior, como Él. Es el amigo que siempre está
ahí, el sagrario permanente, fuente de amor, de felicidad, de alegría. Del
trato, a solas y en comunidad, con Jesús, brota la bondad, la fraternidad, el
valor para ser mejor ser humano y vivirlo con integridad.
La segunda es que es un pan con “denominación de
origen”: es el “Pan vivo bajado del cielo”. La fe no es fruto de nuestro
esfuerzo ni voluntad, tampoco un capricho o una moda. La fe es un don de Dios,
la descubrimos al descubrirnos hijos suyos, y la encontramos al acercarnos a
Jesús, el que es capaz de dar vida dándose, el que “contagia” algo diferente a
lo que nos pueda dar cualquier otro “pan”, el que es fuente de comunión y
encuentro.
Los hombres y mujeres de Dios son capaces de hacerse
también pan para los demás, alimento cercano y humilde, que se sabe siempre de
Dios. Así dice el biógrafo Gabutio del papa dominico San Pío V, allá en el
siglo XVI, y cuya memoria celebramos hoy: “Pío decía que los pontífices debían
edificar la república tanto con piedras, como con virtudes. Había certeramente
entendido que para regir a los hombres con paz y autoridad nada hay más válido
que el ser amado de ellos y nada más impropio que el ser temido; asimismo que
nada es más apto para acercar los hombres a Dios que buscar su salvación…con
una gran caridad hacia los pobres y con una gran liberalidad y clemencia con
todos”.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
““La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha
hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea
nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117)✍
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