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14 de mayo de 2020
La suerte cayó sobre Matías
Estamos en el comienzo del libro de los Hechos de los
Apóstoles, donde Lucas nos presenta el relato de la elección de Matías. En la
escena anterior, se nos ha dicho que los once discípulos estaban en Jerusalén,
en una casa junto a otros hermanos y algunas mujeres entre las que se
encontraba María, la madre de Jesús. Todos se hallaban expectantes, el Señor ha
resucitado, ¿pero que les toca a ellos hacer ahora? En medio de la
incertidumbre, el miedo, pero también la esperanza de que el Espíritu de la
vida está al llegar, ellos perseveraban en la oración, haciendo de ella algo
fundamental y permanente para mantenerse unidos y confiados.
Uno de esos días, Pedro puesto en pie, con autoridad
para dirigirse a los allí reunidos (unos ciento veinte, número suficiente para
iniciar la comunidad cristiana), proclama su primer discurso cuya finalidad es
la elección de un discípulo que ocupe el lugar de Judas, el traidor. Los
requisitos para formar parte del grupo de los Doce están claros: 1) uno de los
que haya convivido con Jesús desde el inicio de su misión hasta su ascensión al
cielo y 2) Ser testigo de su resurrección. Lucas insiste que el grupo de los
Doce tiene que estar compuesto antes de la venida de Pentecostés, momento en el
que comenzará el camino y la misión de la Iglesia.
Los candidatos propuestos ante la comunidad reunida
son dos: José y Matías. Ambos eran discípulos elegidos por el mismo Jesús, por
ello oran para pedir a Dios que les revele cuál de los dos es más idóneo para
el ministerio del apostolado. Y la suerte cayó sobre Matías, Dios ha actuado en
medio de la comunidad eligiendo a un nuevo apóstol, proclamando que el Señor es
báculo seguro sobre el que ha de apoyarse la iglesia naciente.
Hoy celebramos san Matías, el discípulo llamado a
formar parte de ese núcleo de los Doce sobre el que recae la misión de hacer
crecer y afianzar la iglesia. Gracias a él todo está preparado para que en el
relato siguiente el Espíritu descienda sobre los Doce el día de Pentecostés.
Permaneced en mi amor
El evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre dos
acciones fundamentales para los seguidores de Jesús: permanecer y amar. Juan presenta
en su relato a Jesús en íntima relación con Dios Padre. Él anuncia a los
discípulos que la fuente de su amor por ellos es el amor que el Padre le tiene:
Cómo el padre me amó yo también os he amado a vosotros. (v 9a). Una relación
amorosa que vincula a Dios que envía y al Enviado. Puesto que el Padre ama con
un amor entrañable a su hijo, Jesús manda a sus discípulos que formen parte de
esta comunión permaneciendo en su amor (v 9b). Permanecer no significa quedarse
inmóvil, esperando a que algo suceda, sino todo lo contrario, implica orientar
nuestra vida al estilo de Jesús cumpliendo sus mandamientos ¿estamos
dispuestos/as a permanecer en su amor y dejarnos transformar por él?
Ser un discípulo que permanece en el amor de Jesús
significa “hacer” algo. Si la vida de Jesús se fundamenta en hacer la voluntad
del Padre y permanecer en su amor, los discípulos tienen que hacer lo mismo en
la persona de Jesús. La alegría que engendra el amor, la comunión, la
permanencia, la intimidad con el Padre, se hará presente también en los
discípulos que han mantenido su fe en el Maestro. Jesús inserta así a los
discípulos en “una cadena de amor” que hay que vivir y transmitir.
El mandato de Jesús de amar no es algo nuevo, en su
discurso de despedida (cf. 13,34-35) ya se lo había encomendado a los
discípulos. Ellos han de amarse con un amor auténtico, continuo y para toda la
vida. La medida de su amor es el amor de Jesús, que entrega la vida por sus
amigos, y se convierte en modelo de todo amor cristiano. Los amigos de Jesús
deben responder a su amor haciendo lo que él les manda (v. 14), es decir,
amándose unos a otros como él los ha amado (v. 12; 13,34).
El amor de Jesús ha establecido unas relaciones
nuevas. Sus seguidores no son siervos sometidos a otros, sino amigos,
compañeros íntimos, a los que ama sin límites. Ellos han sido elegidos por Él y
serán enviados para dar fruto y que ese fruto perdure. Las palabras del Señor
sobre la elección de los discípulos y su nueva situación como amigos concluyen
con una confirmación del mandamiento del amor. Permanecer en Jesús y dar mucho
fruto, trae consigo hacer de nuestro mundo un mundo de hermanos, donde el amor
es lo que caracteriza las relaciones humanas. El amor hasta el extremo de Jesús
es lo que debe definir la vida del discípulo, lo que Jesús ha hecho por cada
uno de nosotros exige que nos amemos como él los ha amado. ¿Creemos esto?
¿estamos dispuestos/as a amar con su mismo amor?
JOSE ALIRIO LAGAREJO PALOMEQUE SACERDOTE
“La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha
hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea
nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117)✍
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