miércoles, 17 de junio de 2020

Reflexionando



Color: VERDE

18 de junio de 2020


“El Perdón que recibimos y damos” (Mt 6, 7-15)

En el evangelio de hoy nos dice Jesús que no hace falta importunar a Dios con largos rezos a base de palabrería hueca, como hacen los paganos con sus ídolos.  “No sean como ellos, pue su Padre celestial sabe lo que necesitan antes que se lo pidan”.  Y a continuación propone el gran modelo de oración, el padre nuestro, con sus siete peticiones según el evangelista Mateo y cinco según san Lucas.  Las tres primeras peticiones se refieren directamente a Dios, a quien comenzamos por llamar Padre nuestro: santificación de su nombre, es decir, de su persona; venida de su Reino al mundo de los hombres, y cumplimiento de su voluntad en la tierra como en el cielo.

La segunda parte del padrenuestro son cuatro peticiones para nosotros: el pan de cada día, es decir, el sustento material, el pan de la palabra y el pan eucarístico, el perdón de nuestras ofensas a Dios, condicionado al perdón que nosotros concedemos a los hermanos, la perseverancia en las tentaciones de cada día y, sobre todo, en la gran prueba final de los creyentes ante el asalto del maligno, para no renegar de Dios y de Cristo, y, finalmente, el vernos libres de todo mal para poder servir a Dios y al prójimo fielmente todos y cada uno de los días de nuestra vida.

La conclusión del texto evangélico de hoy vuelve sobre la quinta petición, la del perdón, para insistir en la reconciliación fraterna.  Porque Dios nos perdona gratuita y personalmente, podemos y debemos imitar esa generosidad divina perdonando al hermano que nos ha ofendido.  Con el perdón sucede igual que con el amor: así como hemos de amar a los demás con el amor con que Dios Padre nos ama en Cristo, así hemos de perdonar con el amor con que Dios nos perdona.  Pues él nos da con su gracia y su Espíritu el ser y el obrar, el poder y querer hacer el bien.

Padre nuestro del cielo, haz que tu Reino
llegue a nosotros a impulsos de tu Espíritu,
que es fuego y paz, viento recio y brisa que acaricia,
de suerte que nuestras vidas se inunden de tu amor.

Siguiendo a Jesús, que vino a hacer tu voluntad,
deseamos ardientemente que tu nombre sea bendecido.

Danos el pan de la vida temporal y eterna,
de suerte que nuestra espera se vea cumplida en ti.
y mantennos firmes en las tentaciones contra la fe,
para que no sucumbamos a la infidelidad y al mal.  Amén

“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90)

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