domingo, 11 de agosto de 2019

Lunes, XIX Semana. Tiempo Ordinario

(Santa Juana Francisca Chatal)

Color: VERDE/BLANCO

12 de agosto de 2019

Primera lectura
Lectura del libro del Deuteronomio (10,12-22):

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los preceptos del Señor, tu Dios, y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien. Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita; con todo, sólo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy. Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, fuerte y terrible; no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, dándole pan y vestido. Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás. Él será tu alabanza, él será tu Dios, pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo.»

Palabra de Dios
Te alabamos Señor

Salmo
Sal 147,12-13.14-15.19-20

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. R/.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos. R/.


Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,22-27):

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo Jesús: «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.» Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?»
Contestó: «Sí.»
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?»
Contestó: «A los extraños.»
Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.»

Palabra del Señor
Gloria a ti Señor Jesús

REFLEXIONANDO LA PALABRA

Dos hechos diferentes nos muestra el Evangelio de hoy: por un lado, el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús; por otro, una referencia explícita al pago de los impuestos y las tasas del Templo… Curiosa combinación de lo trascendente, lo definitivo y lo cotidiano…



La fe es eso, algo definitivo, radical, absoluto, trascendental y, al mismo tiempo, algo cotidiano, concreto, presente… La fe tiene que ver con lo más sublime, pero toca vivirla en este mundo concreto y cotidiano en que nuestra vida se desenvuelve.



No olvidemos esta primera enseñanza del Evangelio de hoy: nuestra vida no puede estar escindida, dividida… no puede haber un hiato, un divorcio entre mi fe y mi vida concreta, cotidiana… Sino que ambas cosas deben ir de la mano, deben estar anudadas, deben conformar un “todo”.



Ahora bien, pasando a una segunda enseñanza; quiero quedarme con el tema del pago al impuesto del Templo. Creo que aquí Jesús tiene un mensaje muy importante y bien hondo que nos quiere comunicar. Si hay algo que Jesús no quiere es que nos sintamos súbditos o extraños en Su Templo. Nosotros no somos ni súbditos de nadie, ni extraños. Nosotros, todos, somos dueños del Templo, de este Templo y de todos los templos, porque somos hijos muy queridos del dueño del Templo.



Cada día, al celebrar la Eucaristía de las 7:30 de la mañana en la Iglesia de La Compañía, en Córdoba, me encanta decirle a la gente: “Buen día, Bienvenidos a Su casa”. Porque siento que es lo primero que nos diría Cristo al recibirnos en un Templo: “pasá, sentite en tu casa… Mi casa –diría Cristo- es tu casa”. ¡Sí! La Iglesia y con ella todos sus templos, son nuestra casa, no somos extraños, ni súbditos allí.



Por eso, me gusta mucho cuando en la Iglesia de hoy ya no cobramos “impuestos” ni “tasas” (¡espero!), sino que pedimos colaboración. Asumiendo que todo buen hijo, en la casa de sus padres, si puede, colabora. Y nosotros, repito, todos nosotros, somos hijos, somos los hijos del dueño, en la Iglesia, entonces, estamos en “casa”… Uno, de la casa donde es hijo, repito ¡si es buen hijo, claro!, se hace responsable, se hace cargo.



De ahí lo que finalmente termina haciendo Jesucristo, que termina pagando el tributo, no lo elude, no se lo saltea… Jesús termina colaborando con el Templo, sólo que lo hace desde otro lugar, lo hace como hijo, como el mejor de los hijos, que va a colaborar siempre con la causa de su padre, con la Casa de su Padre. Jesús mismo ha dicho dirigiéndose al Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”. Por eso puede reconocer, con justicia, que la Casa del Padre es también su propia casa; y con ello, puede también invitar a Pedro e invitarnos a nosotros, a hacernos cargo también de la casa, del Templo, de la Iglesia… Pero no ya como extranjeros, nunca más como súbditos o extraños, sino ahora y para siempre, como hijos: “hijos muy queridos de un Padre Misericordioso”.



Quiera Dios que también nosotros podamos vivir desde este espíritu de Cristo nuestra ayuda a la Iglesia. Vivirla como la colaboración de un buen hijo que quiere y desea hacerse cargo de la casa y la causa de su padre.



No vivamos nuestras colaboraciones en el sentido de “impuesto”, de “obligación”, de “diezmo” o de “peaje” al cielo. Si colaboramos, colaboremos con corazón de hijos, en la Misión y en la Casa del Padre… Pidamos al Señor esta gracia enorme: la de entrar al Templo y sabernos y sentirnos en Casa, en nuestra propia casa

FRATERNALMENTE TU HERMANO EN LA FE JOSÉ ALIRIO LAGAREJO PALOMEQUE

"Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia" (Jn 10,10).✍

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