14 de abril de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Estas palabras les traspasaron el corazón
Las palabras de Pedro, en el día de Pentecostés,
debieron tener una fuerza extraordinaria. Sin duda, fueron dichas con tal
sinceridad y tal intensidad que, como dice el texto, “traspasaron el corazón”
de sus oyentes. Palabras tan llenas de fuerza y tan bien dichas, que les
llegaron al alma. Todo ese discurso debió ser tan impactante que sus oyentes se
sintieron impelidos a preguntar qué tenían que hacer.
Pedro los invita a la conversión. Una realidad que ha
de comenzar por el bautismo, a través del cual les serán perdonados los
pecados. Con ese bautismo y ese perdón, recibirán al Espíritu Santo. Hechos que
introducen al cristiano en una vida nueva: la del evangelio de Jesús, donde el
Espíritu conduce y guía a sus fieles, cuando éstos se dejan acompañar por su
fuerza.
Pedro, con el entusiasmo propio de un temperamento
primario, henchido de la experiencia vivida en la Resurrección de Jesús, se
siente urgido a proclamar la Buena Nueva de Jesús e instar a dar pasos.
Tras esos primeros momentos de entrada en la Iglesia
naciente, urge la necesidad de apartarse de la generación perversa. Es decir,
apartarse del mal, en toda su dimensión, y apartarse, también, de los malos.
Como aquella Iglesia naciente, nosotros hemos de
aprender a vivir en cristiano, cada vez con más intensidad y hacer el bien que
podamos, dejando de lado al mal. Es la forma de que ese mal no anide en
nuestras vidas.
María Magdalena, a quien primero se aparecerá Jesús,
ha llegado al sepulcro. Allí se encuentra con dos ángeles que ocupan el lugar
donde ha estado el cuerpo de Jesús y al ver su llanto le preguntan por qué
llora. Busca a Jesús y no lo encuentra. Ella cree haber perdido a Jesús para
siempre. Por eso, ante la reiteración de la pregunta: “¿Por qué lloras?”
responde con esos tres “lo”. “Si tú telo has llevado, dime dónde lo has puesto
y yo lo recogeré”. Da por sentado que su labor ahora es llevarse el cuerpo de
Jesús.
Y, el que ella cree es el jardinero, es el mismo Jesús
que con cariño pronuncia su nombre y ante la voz familiar ella siente renacer
otra vez la ilusión de vivir junto a Jesús.
Qué sorpresa la suya. Ese jardinero no es otro que el
mismo Jesús. Debió tirarse a sus pies, de emoción y de reconocimiento. Jesús la
reconviene y le encomienda un mensaje que se convierte en una misión: anunciar
a los apóstoles que Jesús, resucitado, sube al Padre, el suyo que, a la vez, es
el nuestro.
Ella debió salir corriendo, llena de alegría, a hacer
lo que el corazón y Jesús el pedían: anunciar a los discípulos que había visto
al Señor. Proclamar que ese Jesús, que había sido ajusticiado por los romanos,
muriendo en una cruz, ella lo había encontrado cuando buscaba su cuerpo en el
sepulcro.
Y esa fue la misión de María Magdalena; fue la de los
apóstoles y es también la nuestra.
Todo cristiano no es sino un testigo que manifiesta
con su vida y con su palabra que Cristo sigue vivo porque ha resucitado. Es la
misión que nos toca renovar en este tiempo de Pascua. Cuando todavía resuena en
nosotros el testimonio vivo de quienes la vivieron y por él dieron la vida,
debe llegar a nosotros esa necesidad. Cristo sigue vivo si tú y yo somos
capaces de vivir coherentemente nuestra fe.
Desde entonces, anunciar a Jesús resucitado ha sido
responsabilidad de todos los cristianos. Nos toca hoy a nosotros, aunque con
frecuencia se nos olvide.
Trabajemos para que nunca desaparezca de nuestro
horizonte esa luz que ha de iluminar nuestro camino. Ese ha de ser nuestro
compromiso. Sigamos alegrándonos con la resurrección de Jesús y proclamemos la
bondad de Dios cantando con alegría el aleluya que entona la Iglesia por todos
los lugares.
¡¡Aleluya!!
¡¡Aleluya!! ¡¡Aleluya!!¡¡Aleluya!!¡¡Aleluya!! ¡¡Aleluya!!
JOSÉ ALIRIO LAGAREJO PALOMEQUE SACERDOTE
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
Hechos que son Noticias
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