Color: ROJO
SAGRADO TRIDUO PASCUAL
REFLEXIONANDO LA PALABRA
La Cruz puede mirarse desde diversas ópticas. Bueno,
principalmente desde dos: desde la perspectiva del proyecto de Dios que Jesús
encarna o desde la perspectiva de los que lo crucifican.
Para los grandes de este mundo (quienes lo crucifican
y también nosotros) la Cruz es la afirmación autoritaria del poder, la
aniquilación de la diferencia, el triunfo del descarte, la victoria de la
injusticia y de la manipulación, el endiosamiento del ser humano …. Los que
clavan en la Cruz a Jesús están convencidos de que Jesús ha de ser destruido
para que ellos puedan vivir mejor. En suma, la cruz es la muerte, el
sinsentido, el absurdo, la negación de Dios y del ser humano, el final de la
esperanza y la consagración de la ley del más fuerte.
¡Qué morbosa actualidad tiene esta perspectiva!
¿Verdad? Cuántas cruces se siguen repartiendo ahora en tantos rincones del
planeta que, como en el caso Jesús, siguen desfigurando el aspecto humano de la
gente, (recordemos lo que dice Isaías en la primera lectura desfigurado no
parecía hombre).
En cambio, en el proyecto de Dios, para Jesús, la Cruz
es una Buena noticia. Cuidado aquí. Entendamos bien. No nos vayamos a deslizar
hacia un dolorismo o masoquismo vacío. He dicho que la Cruz es una Buena
Noticia conscientemente. ¿Por qué? Porque Jesús predica y propone la cruz a los
suyos como camino que conduce a la salvación (quien no tome su cruz y me siga,
no es digno de mí; el que quiera salvar su vida la perderá; quien la pierda por
mi causa la encontrará). Cargar con la Cruz, por tanto, es un requisito
discipular para avanzar por la senda de Cristo hacia la vida. Suena a paradoja.
Es el mundo al revés. Pero es lo que hay en el Evangelio. Estamos ante una
lógica distinta: la del Reino. Intentemos comprenderla.
Jesús hace un anuncio gozoso de la fuerza vivificadora
de Dios que se está haciendo presente en el mundo. Para vislumbrar esta acción
salvadora, dice, es preciso convertirse y conectar con la lógica de Dios,
manifestada en su persona y en su camino. Se trata de la lógica del amor. Pero
no de un amor romántico, edulcorado o de película dominical de TV de sobremesa,
sino del amor de entrega, donación, servicio y humildad que conlleva un
desasimiento de lo propio, un olvido de uno mismo, un aparcar el egoísmo y
buscar el bien y el derecho del otro; sobre todo, el bien y el derecho del
último, del olvidado, del empobrecido, del descartado. Jesús lo expresaba
magníficamente en una frase que resume el corazón de la Ley y de su anuncio:
amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Se trata, considerado desde otra
vertiente, de la misma propuesta cuaresmal que hemos recorrido durante 40 días
antes de esta semana santa: oración (Dios), limosna (la donación al otro) y
ayuno (el descentramiento personal).
Por lo tanto, la Cruz que propone Jesús no es la de
“como quiero vivir mato a quien me lo impida”; sino, al contrario, es la que
afirma “yo me desvivo por amor para que los demás tengan mejor vida, una vida
más humana (y conforme a la voluntad de Dios)”. Por consiguiente, la Cruz, que
es distintivo del cristiano, no es la del dolor por el dolor o el sufrimiento
por el sufrimiento (lo cual no quiere decir que no haya dolor en la vida
cristiana). La Cruz de Cristo es la del amor más fuerte que la muerte porque, a
la postre, el más fuerte no es quien más mata o puede matar, sino quien más ama
y más vida puede dar. Y ese, es el Dios revelado en Jesús.
Con todo hay que precisar todavía cosas para intentar
entender mejor la relación entre las dos ópticas señaladas en relación a la
cruz.
El anuncio evangélico de la Cruz por parte de Jesús
(el camino del amor y la entrega) disgustó mucho a los grandes de este mundo
(al poder religioso y al político, que como vemos en el texto joánico se alían
aunque tengan intereses distintos). En él, unos, no reconocieron a Dios, ni,
los otros, un proyecto humano compatible con sus deseos. Por eso, le dieron a
Jesús la Cruz; pero la suya; la del odio, la del descarte, la de la muerte
inhumana…
Es cuando la existencia del Nazareno llega a su
momento resolutivo. En ese instante, el que había encarnado un estilo de vida
marcado por la Cruz del amor, tuvo que afrontar el choque brutal con la lógica
vital del odio, de la fuerza y de la injusticia: la lógica del pecado Lo
sabemos, para quitarlo de en medio lo acusaron de blasfemo y de agitador
político. La sentencia fue la muerte de Cruz.
Pero Jesús asume conscientemente esta Cruz, la Cruz
del rechazo de Dios y del ser humano; y, junto a ello (y esto es lo más
relevante), descubre en ella una posibilidad de vida para todos, incluso para
sus verdugos. Entiende que ese momento crucial es la gran oportunidad para
mostrar la extraordinaria fuerza del proyecto de Dios al que él siempre había
servido. Por eso, en ese instante (y no sin alguna lucha interior; es lo que
nos evoca el texto de Hebreos) asume libremente la Cruz de la ignominia, la
vacía del odio y de la muerte y la llena del amor que ha dado y da sentido a su
existencia; en suma, la colma de Dios.
En efecto, Jesús acoge, lee y vive la Cruz del
Calvario como la expresión máxima del exceso de amor de Dios; un amor capaz de cambiar
la muerte en vida; el pecado en salvación; la noche en día. Jesús, por tanto,
asume con todas sus consecuencias la fuerza salvífica del amor que se da, que
se entrega, que sirve, que se desvive para que los otros tengan una existencia
mejor. Por eso, la Cruz, al final, se torna en una Buena Noticia y puede
interpretarse como voluntad de Dios. Esta voluntad no es la de machacar con el
sufrimiento al Hijo, sino la de que el Hijo sea coherente hasta el final en el
servicio a un proyecto de vida que muestre la verdadera estatura de lo humano.
Una voluntad, no hay que olvidarlo, que, simultáneamente, critica y vacía de
sentido toda cruz comprendida como poder del fuerte sobre el débil y como
destrucción del ser humano. ¡Qué importante es la coherencia en la vida! La
Cruz de Jesús también nos lo recuerda.
Todo esto es muy fuerte. Claro. Subyace aquí, en la
propuesta evangélica, una mentalidad nueva, un nuevo modelo humano y social;
modelo que, además, no concluye en la nada, sino en la esperanza de la vida que
triunfa sobre la muerte en la resurrección (mañana lo celebramos).
Este modelo, la verdad, sigue sin gozar de mucha
aceptación. A veces, lamentablemente, ni siquiera entre los cristianos, entre
nosotros. Pero este modelo es que celebramos juntos en este viernes santo.
Hay que terminar. Lo hago con tres afirmaciones:
La cruz, Buena Noticia salvadora e identidad de lo
cristiano, se refiere, en último término, al estilo de vida que guió a Jesús;
dicho de otro modo, la Cruz que nos salva no es el madero, sino la humanidad de
Jesús en la que Dios se encarnó y fue clavada en él; por tanto, redime el
Crucificado, no la Cruz; aunque por aquello de las licencias que permite el
lenguaje podamos con legitimidad traspasar ese poder bendito del Crucificado a
la Cruz.
En consecuencia, cuando nos acerquemos a besar la cruz
pensemos qué es lo que vamos a hacer. Me atrevo a insinuar cosas. Creo que
vamos a decir sí al proyecto de Dios manifestado en Jesús; creo que vamos a
reconocer que el camino de la salvación de lo humano es el servicio y el amor
entregado; creo que vamos a agradecerle la dignidad y la perseverancia con que
nos lo ha enseñado; creo que vamos a pedirle que podamos también cargar con esa
Cruz en nuestras vidas; creo que vamos a rogarle que, por favor, el amor
triunfe de una vez por todas sobre tantos signos de muerte y desesperanza y, en
la implementación de ese deseo, creo que vamos a ofrecerle nuestra humilde
colaboración…
Salva el amor, no el dolor. Pero eso no quiere decir
que el amor no duela o no se haga cargo del sufrimiento (nuestro Dios no es
ajeno al dolor). El matiz es importante. No es el dolor el que redime o libera.
El amor busca siempre la vida y la vida de los otros. En ese recorrido, sin
duda, ha de afrontar el dolor. En tal caso, el sentido de esa confrontación
está conducido por la fuerza luminosa del amor que sigue deseando la vida y lo
mejor para el otro y que, como Jesús, hace lo posible por borrarlo o hacerlo
desaparecer, incluso, aunque eso suponga un perjuicio para uno mismo. Este amor
es el que libera, humaniza y salva.
Se trata del amor de Dios manifestado en Cristo-Jesús
que hoy celebramos en torno a la memoria de la Cruz, de la muerte del
Señor.
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
Hechos que son Noticias
Mons.
Francisco Ozoria comparte reflexiones en torno a al momento de crisis que vive nuestro país y en
el mundo a causa del Coronavirus
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