22 de noviembre de 2019
Mi casa será una casa de oración
Lectura del primer libro de los Macabeos 4, 36-37. 52-59
Judas y sus hermanos dijeron: «Nuestros enemigos han
sido aplastados; subamos a purificar el Santuario y a celebrar su dedicación.»
Entonces se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión.
El día veinticinco del noveno mes, llamado Quisleu,
del año ciento cuarenta y ocho, se levantaron al despuntar el alba y ofrecieron
un sacrificio conforme a la Ley, sobre el nuevo altar de los holocaustos que
habían erigido. Este fue dedicado con cantos, cítaras, arpas y címbalos,
justamente en el mismo mes y en el mismo día en que los paganos lo habían
profanado. Todo el pueblo cayó con el rostro en tierra y adoraron y bendijeron
al Cielo que les había dado la victoria. Durante ocho días celebraron la
dedicación del altar, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de
comunión y de acción de gracias. Adornaron la fachada del Templo con coronas de
oro y pequeños escudos, restauraron las entradas y las salas, y les pusieron
puertas. En todo el pueblo reinó una inmensa alegría, y así quedó borrado el
ultraje infligido por los paganos.
Judas, de acuerdo con sus hermanos y con toda la
asamblea de Israel, determinó que cada año, a su debido tiempo y durante ocho
días a contar del veinticinco del mes de Quisleu, se celebrara con júbilo y
regocijo el aniversario de la dedicación del altar.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor
SALMO 1Crón
29, 10. 11ab. 11d-12a. 12bcd (R.: 13b)
R. Señor,
alabamos tu Nombre glorioso.
¡Bendito seas, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
desde siempre y para siempre! R.
Tuya, Señor, es la grandeza, la fuerza,
la gloria, el esplendor y la majestad;
porque a ti pertenece
todo lo que hay en el cielo y en la tierra. R.
Tuyo, Señor, es el reino;
tú te elevas por encima de todo.
De ti proceden la riqueza y la gloria. R.
Tú lo gobiernas todo,
en tu mano están el poder y la fuerza,
y es tu mano la que engrandece y afianza todas las
cosas. R.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 45-48
Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los
vendedores, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero
ustedes la han convertido en una cueva de ladrones.»
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos
sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de
matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y
estaba pendiente de sus palabras.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús
REFLEXIONANDO LA PALABRA
La rebelión de 167 a. C., promovida por la familia de
los Macabeos, terminó con la victoria. Los judíos obtienen por las armas, una
autonomía mayor y más respetuosa de su religión. Saltando varios capítulos del
relato de los Macabeos, llegamos al invierno del año 164 a. C.; a la victoria
final sobre las tropas de Antíoco y a la fiesta de la nueva consagración del
Templo.
Los Macabeos que son de familia sacerdotal llegan a
ser sumos sacerdotes y reyes; su dinastía durará casi hasta el tiempo de Jesús.
Por fin, el 25 de Kisleu del año 148 (14 de diciembre del 164 a. C.),
exactamente tres años después de su profanación, y después de tres semanas de
duro trabajo de restauración, Judas Macabeo y los suyos ofrecen sacrificios de
reparación a Dios en el templo y consagran de nuevo su altar. Yahvé tomaba de
nuevo posesión de su casa.
La fiesta duró ocho días en los que ofrecieron
holocaustos con alegría, y sacrificios de acción de gracias y de alabanza a
Dios, “que les había dado éxito”. Adornaron la fachada del templo con coronas
de oro y escudos; restauraron las entradas y las salas y les pusieron puertas:
“Cantando himnos y tocando cítaras, alabando”.
Judas “determinó que se conmemorara anualmente la
nueva consagración del altar con festejos solemnes”: Esta fiesta se celebraba
en tiempos de Cristo en el mes noveno, el mes de Kisleu, con el nombre de “La
Dedicación” o “Fiesta de las Luminarias”, porque se encendían muchas lámparas.
Restaurar el templo era un símbolo de la importancia
que daba el pueblo a la Alianza con Dios y al culto. Esta celebración expresa
el sentido profundamente religioso de su lucha.
Las peregrinaciones anuales a Jerusalén eran una
importante fuente de comercio. Muchos israelitas acudían con sus animales
durante la pascua para ofrecer un sacrificio a Dios. Todos los aportes y
transacciones que se realizaban en el templo, era necesario que se hiciesen con
la moneda judía. Por ese motivo, alrededor del templo se había organizado un
comercio muy fuerte en torno al cambio de moneda romana por moneda judía y a la
compra y venta de animales para los sacrificios. Los mercaderes se aprovechaban
de la necesidad de animales puros para los sacrificios, elevando
considerablemente sus precios.
El templo había sido construido para ser lugar de
culto al Dios vivo, en cambio se había montado un gran negocio con la piedad
del pueblo. Esta realidad provoca la ira de Jesús que llega a Jerusalén en
compañía de sus discípulos.
Ayer Jesús lloró sobre su ciudad, triste por la ruina
que se le avecina. Hoy se pone a echar a los vendedores realizando un gesto
profético y valiente. A partir de este momento Jesús se convierte en una figura
popular. Pero su interés era advertir al pueblo sobre el peligro de una piedad
afianzada exclusivamente en el templo. Por esta razón, las acciones que
siguieron se encaminan hacia la enseñanza de la multitud y la ayuda de los
necesitados.
Cristo quiere restablecer el sentido de la alianza en
el corazón del templo para que aparezca un nuevo tipo de liturgia basado en la
Palabra viva de Dios y en la obediencia a ella. Jesús, que es la Palabra entra
de modo solemne en el templo, ese lugar privilegiado en donde Él podrá concluir
de manera sorprendente su enseñanza.
El contenido esencial del sacrificio de Cristo es la
obediencia. En la obediencia a su Palabra, se encuentra la obediencia a Él
mismo y a su plan de salvación. La palabra debe ser escuchada en los
acontecimientos, que nos descubren la presencia de Dios en el mundo.
Ante estas intervenciones de Dios en la propia vida,
tenemos la posibilidad de aceptarla; también está presente en nosotros el intento
de eliminación de esta palabra que nos inquieta, tal como sucedió en la vida de
muchos, durante la predicación de Jesús en Jerusalén. De la elección que
hagamos entre estas dos formas de recibir la Palabra, depende el valor de
nuestra fe y de nuestro encuentro con Dios, que da sentido a toda nuestra
existencia.
Jesús nos sale al paso y nos llama a hacer de nuestras
comunidades y de nuestras vidas un lugar de culto al Dios de la Vida. La
intervención de Jesús en el Templo es una llamada de atención para que vivamos
nuestra fe en autenticidad y sinceridad. Hoy sigue habiendo mercaderes en el
Templo. Cada hombre es “templo del Espíritu Santo” y hay muchos hombres y
mujeres cuyos templos están siendo profanados con todo tipo de abusos morales,
económicos, sicológicos y físicos. Este panorama debería suscitar en nosotros
la misma pasión de Jesús por lo que es sagrado: cada hombre.
También nuestros templos materiales como espacio
sagrado deben adquirir su verdadero sentido como lugar y forma de encuentro con
Dios, verdaderas casas de oración, abiertas a todos, y lugar donde Jesús sigue
enseñando con la fuerza salvadora de su Palabra.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
"Yo he venido para que tengan vida y vida en
abundancia" (Jn 10,10)✍
Vivencias de interés
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