sábado, 2 de noviembre de 2019

XXXI Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C


Color: VERDE

3 de noviembre de 2019

Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría 11, 23 - 12, 2

Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra.
Te compadeces de todos, porque todo lo puedes,
cierras los ojos a los pecados de los hombres,
para que se arrepientan.
Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho;
si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.
Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido?
¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado?
Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.
En todas las cosas está tu soplo incorruptible.
Por eso corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor.

Palabra de Dios
Te alabamos Señor

Salmo
Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14 R. Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey.
Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás. R.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad,
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 1, 11 - 2, 2

Hermanos:
Siempre rezamos por vosotros, para que nuestro Dios
os considere dignos de vuestra vocación;
para que con su fuerza os permita cumplir
buenos deseos y la tarea de la fe;
y para que así Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria
y vosotros seáis la gloria de él,
según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo.
Os rogamos a propósito de la última venida
de nuestro Señor Jesucristo
y de nuestro encuentro con él,
que no perdáis fácilmente la cabeza
ni os alarméis por supuestas revelaciones,
dichos o cartas nuestras:
como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

Palabra de Dios
Te alabamos Señor


Lectura del santo Evangelio según San Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
–Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
El bajó en seguida, y lo recibió muy contento.
Al ver ésto, todos murmuraban diciendo:
–Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
–Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
–Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

Palabra del Señor
Gloria a ti Señor Jesús

REFLEXIONANDO LA PALABRA

La lectura del Libro de la Sabiduría debemos encuadrarla dentro de la reflexión de las acciones de Dios en el Éxodo; liberadoras para los israelitas y castigo para los egipcios. El autor habla de ese amor inicial y previo. Como es el amor y deseo del hijo aún no concebido, la razón llegada a la vida; la omnipotencia es la ejecutora de ese deseo amoroso. Dios ama todas las cosas, pues todas son sus criaturas. Y no quiere que nada perezca, sino que todo se salve. Por eso está dispuesto a conceder a lo malogrado la oportunidad de rehacerse. Dios mantiene todos los seres y anima con su soplo incorruptible todas las cosas. El perdón que Dios concede a los pecadores es un acto de su providencia y misericordia que todo lo conserva. Si castiga, lo hace con moderación, no para destruir, sino para salvar y ayudar al hombre.

En la comunidad de Tesalónica, fundados en supuestas revelaciones y en algunas frases de Pablo de su carta anterior que fueron mal interpretadas, algunos exaltados habían difundido la idea de que la venida del Señor, la Parusía, era inminente. La exhortación a la vigilancia ante la repentina venida del Señor y la insistencia en la necesidad de orar sin interrupción, se prestaban a una actitud fanática de algunos primeros cristianos que, con el pretexto de la inmediata venida del Señor, se desentendían de organizar en el mundo la convivencia y dejaban el trabajo para dedicarse sólo a la oración. Pablo condena aquí esa actitud y trata de serenar a la comunidad.

La ciudad de Jericó, una hermosa villa en medio del desierto, a once kilómetros del río Jordán, con manantiales y plantaciones de palmeras que se encuentra convulsionada ante el paso del famoso profeta es el marco para el Evangelio de este domingo. Jesús entra en la ciudad y es bien recibido. El pueblo entero con sus jefes espirituales y los hombres piadosos se acercan para verlo.
Zaqueo, el aduanero de Jericó, cobrador de impuestos también hace todo lo posible por ver “quién es Jesús”. Esto significa superar las dificultades que, debido a su escasa estatura, le impedían ver al Maestro como el resto de la gente.
Zaqueo era en su tiempo lo que hoy llamaríamos un corrupto indeseable, un hombre despreciado por su profesión y por su conducta poco escrupulosa. Lo mismo que pastores y prostitutas en la sociedad judía de entonces, compartía la mala fama que acompaña siempre y en todas partes como una sombra a los marginados sociales. Formaba parte de los excluidos. A pesar de ser un hombre rico desde el punto de vista económico, carecía de categoría social. Era un publicano y por lo tanto despreciado igual que los samaritanos.
Zaqueo no podía esperar nada del profeta de Nazaret, ni siquiera se atrevía a mezclarse con sus seguidores teniendo que contentarse con verlo pasar. Igualmente Zaqueo se acercó sin soñar que Jesús al llegar a aquel sitio levantaría los ojos y le diría: hoy tengo que alojarme en tu casa”.
Zaqueo se había hecho rico a costa de los pobres y ninguna persona justa se atrevía a entrar en su casa, sin embargo Jesús se atrevió. Ha venido precisamente para eso, para buscar y salvar lo que estaba perdido.
El gesto de aceptación incondicional de Jesús es capaz de enternecer y convertir el corazón de un hombre que todos consideraban irremediablemente endurecido. La alegría y el gozo son tan grandes que está decidido a compartir su vida y sus bienes con los pobres y devolver lo que ha robado con creces. Es un hombre nuevo que cambia radicalmente el rumbo de su vida y todos sus esquemas, su modo de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente.
La marginación en la que vive lo ayuda a no falsear su conciencia, engañándose a sí mismo y teniéndose por un bendito de Dios. Zaqueo no se tiene a sí mismo por justo por eso vive el gozo de la conversión como la respuesta a un amor que le tocó el corazón. Un escritor del siglo pasado meditando el efecto de la gracia en el alma del pecador más grande, dice: “La razón está precisamente en que las gentes más honradas, o en definitiva a las que así se denomina y que gustosamente se designan como tales, no tienen puntos débiles en su armadura. Son invulnerables. Su piel moral constantemente sana les procura un pellejo impenetrable y una coraza sin fallos”.
La transformación cristiana es producto de un encuentro con Jesús más que de un voluntarismo ético.
El gesto de Zaqueo, de querer restituir el cuádruplo a aquellos que ha defraudado y dar la mitad de sus bienes a los pobres, nace de una conversión interior provocado por este encuentro con Jesús. Encontrando al amor, descubriendo el ser amado, se hace capaz de ir al encuentro de los otros. Los mira con ojos distintos, no como objetos para utilizar sino como personas para amar. También sus bienes cambian de dirección: el gesto de acumular se sustituye por el gesto de dar libre y gratuitamente. Y así el dinero que era objeto de división se transforma en signo de encuentro y comunión. Su conversión toca su corazón y su bolsillo.
El encuentro es gracia y salvación, cuando experimentamos que Dios no viene a dar respuesta a nuestras preguntas, sino que en Jesús quiere entrar en nuestra casa y compartir nuestra vida; alojarse en nosotros, recibir nuestra hospitalidad, entrar en nuestra intimidad, participar de nuestra mesa por más pobre que sea.
Cuando nos atenemos únicamente a la ley y a las buenas costumbres para sentirnos seguros, pero resistimos a las inspiraciones y a la novedad del amor evangélico que renueva todas las cosas y se  en la justicia; cuando sólo nos preocupamos de hacer “méritos” para cobrarlos así en la tierra como en el cielo, no podemos gozar ni alegrarnos del maravilloso desborde del amor de Dios que hace justo al pecador, ni de la generosidad de los que responden a la llamada del Evangelio sin mirar para atrás.
Tenemos que descubrir que el amor de Jesús va más allá de los pecados; se sumerge en lo profundo de nuestra vida y busca, descubre, despierta, todo lo que hay de intacto y de puro, porque incluso en el hombre que parece más abominable subsiste siempre un rincón de inocencia, sólo accesible para Dios.
“Zaqueo no había pedido nada, y fue Dios mismo el que le suplicó: “Quiero hospedarme en tu casa”.
La de Jesús es la misión de la iglesia misión: “Buscar y salvar lo que estaba perdido”. Una Iglesia verdaderamente evangelizadora y misionera necesita cambiar de táctica centrando sus objetivos pastorales en los marginados. Sólo así podría ser fiel a la misión de Jesús, pues “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”.

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote


"Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia" (Jn 10,10)




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