Color: MORADO
26 de marzo de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Aleja el incendio de tu ira
Resulta curioso cómo acostumbramos a poner
sentimientos humanos al Dios que nos salva. En este caso el capítulo del Éxodo,
vemos a un Dios que amenaza a su pueblo Israel, porque se ha construido un
becerro de oro. Un ídolo construido por manos humanas, a quien se le reconoce
la liberación de la esclavitud en manos de los egipcios.
El pueblo, ignorando la autoridad del profeta Moisés,
sigue la inmediatez de su impaciencia y construye un becerro de oro para
adorarlo. Porque en el fondo, el pueblo
quiere un Dios a su medida, un Dios que se pueda manipular y crear a su antojo,
un dios que sea tangible, reconocerlo en la materialidad de la vida.
Este hecho hace encender la ira de Yahvé, y resulta
curioso también, que sea Moisés el que le recuerde su alianza y su promesa, y
calme la ira de Dios. Es un Dios celoso por una parte de su pueblo, y un Dios
que se deja calmar por el profeta por otra. Es una relación íntima la que
subyace entre Moisés y Dios. Sin embargo, hemos de preguntarnos ¿Dios puede
sentir ira? y como consecuencia de ello ¿nos castiga?
La ira y los celos son sentimientos humanos,
proyectados a un Dios por el sentido de la culpa, del olvido de Dios, de la
manipulación de Dios a nuestro antojo. La ira y los celos nos sacan fuera de
nuestro equilibrio emocional, y nos quita la libertad de expresarlo de una
manera sana. ¿Puede Dios tener sentimientos insanos?
El “No” se encuentra implícito en todas las
respuestas. ¿Cómo puede Dios, lleno de misericordia y compasión, que escucha el
sufrimiento de su pueblo, y lo libera de la opresión contradecirse a sí mismo?
Dios es pura compasión y misericordia, por eso nos espera en el camino de la
fe.
¡Y no queréis
venir a mí para tener vida!
Esta admiración de Jesús en el Evangelio de Juan, nos
sitúa en la incredulidad del pueblo judío, que goza de testimonios claros por
una parte de los profetas, por otra, el testimonio más reciente de Juan, que
era la lámpara que ardía y brillaba, y los judíos quisieron gozar por un
instante de su luz.
Jesús sitúa su testimonio por encima del testimonio de
Juan, pero entiende que no puede dar testimonio de sí mismo porque no sería
válido. Jesús habla de un testimonio mayor, el del Padre, el de las Escrituras,
el de Moisés: todos dan testimonio del Hijo. Todos esos testimonios son
creíbles, pero Jesús lanza la pregunta: si teniendo a las Escrituras y a Moisés
no creéis ¿cómo vais a creer en mis palabras?
Los mismos testimonios en los que el pueblo tiene su
esperanza es quien acusará a los judíos ante su incredulidad.
La incredulidad es uno de los rasgos más
característicos de nuestra sociedad actual, sobre todo la europea, que es una
sociedad hastiada de lo religioso. Pero la incredulidad se ha convertido en una
irreligiosidad: la ausencia total de religión. El hombre no se siente religado
a ningún Dios. Se ha endiosado a sí mismo, creyéndose juez y señor de todo.
Esta autorreferencia del hombre, hace que el humanismo
cristiano esté pasando por una crisis importante en los tiempos actuales; un
humanismo que habla de un ser humano que mira hacia la amplitud de su vida, y
que tiene como referencia a un Dios creador, misericordioso, lleno de amor y
ternura para con los hombres. Pero, ¿Qué se ha perdido? ¿A Dios? ¿Los valores
que descubrimos en la Fe en Dios? ¿el amor? ¿el sentido de la paz?
Lo cierto es que esta autorreferencia del hombre,
construida desde la tecnificación, el gregarismo, el materialismo… ha generado
un hombre violento, autodestructivo. Sólo tenemos que mirar la cantidad de
actos violentos que atentan hoy contra la vida humana, la naturaleza, la
creación...
La economía es el actual becerro de oro que se nos
propone hoy como liberador de las opresiones, un sistema injusto que envuelve
en la precariedad a muchos pueblos. Otros ponen el acento en políticas trasnochadas
que prometen la salvación, pero no dejan de ser el despertar de antiguos
sistemas que están llamados al fracaso.
Ante esta situación, está la frase de Jesús llena de
lamento: ¡Y no queréis venir a mí para tener vida eterna! El camino del hombre
sin Dios es equívoco, resulta una catástrofe de dimensiones incalculables.
Los que nos decimos creyentes hemos de orar poniendo
en pie nuestra esperanza. Levantar nuestras voces frente a esta deshumanización
acelerada de la vida. Y orar para que en el silencio se aplaque la ira de los
pueblos que injustamente son oprimidos. Orar para no caer en la tentación del
desaliento, ni tampoco en el conformismo adaptativo de una religión
anquilosada.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
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