domingo, 22 de marzo de 2020

Comentario: Lunes, IV Semana de Cuaresma. Ciclo A


“El hombre proyecta muchos planes, pero sólo se realiza el que quiere el Señor” (Prov 19, 21)



Color: MORADO

23 de marzo de 2020

REFLEXIONANDO LA PALABRA

Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva
En la mesa de la Palabra la Iglesia hoy nos sirve en la primera lectura un fragmento de Isaías que nos habla del sobrecogedor poder del Señor, nos habla de una bendición, de una transformación cósmica, «voy a crear unos cielos nuevos y una tierra nueva».En realidad estas hipérboles poéticas reflejan una situación moral. Expresan en estos términos la aspiración radical y la esperanza infinita, aunque parezcan estas profecías algo extravagantes, no llegan aún a expresarlo todo, pues la salvación de Dios es inefable, porque Dios lo transforma todo en el interior y en el exterior del que espera.

San Pablo nos dirá que toda la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto esperando la regeneración de los hijos de Dios.

En realidad y en el fondo nos encontramos ante la posibilidad de que nuestro corazón sea transformado, mejor, creado de nuevo por orden, más profundamente aún, por el acto creador de Dios en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús.

Una novedad inaudita de la intervención personal de Dios creando todo con su palabra: el corazón del hombre lleno de luz por la fuerza bautismal en la muerte y resurrección de mi Hijo.

¿No nos estremece esta realidad? ¿No vemos en el interior de nuestro ser la fuerza poderosa de la gracia bautismal que nos ha transformado en hijos por la fe? ¿No vemos en ella la esperanza más íntima, profunda y deseada de nuestro ser?

Es el canto gozoso del salmista el que nos ayuda a expresar nuestro gozo: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí… Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre».

Fortalecido en su fe, dio gloria a Dios
Este episodio es programático de toda la actividad de Jesús con el hombre. En esta perícopa aparece un hombre que ejerce autoridad, es un extranjero, además de pagano, y pertenecía al poder de ocupación. Entre el funcionario y el enfermo hay una relación de sangre: es su hijo.

El funcionario busca a Jesús movido por la necesidad sin manifestar ninguna relación con él. Su hijo tiene una enfermedad grave, está para morir. Le pide que baje en persona y le cure. Lo busca atraído por su «poder», nos descubre su mentalidad, ¿y la nuestra?

Jesús le dice:— como no veáis signos y prodigios, no creéis.Está frente a Jesús, con su angustia. ¿Qué llegó a ver en él además de su poder?

Jesús no necesita bajar a Cafarnaún. Jesús le habla de comunicar vida con su palabra creadora, vida definitiva: —Anda tu hijo está curado.

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se pone en camino: ¿Qué ha pasado en este hombre? ¿Ha cambiado su visión de Jesús ante Jesús mismo? Ha abierto en su ser el poder de la fe en Jesús.

Ahora puede bajar a Cafarnaún. Le guía la fe, la fuerza que emana de la persona de Jesús. Creyó él en Jesús y llevó con su fe, a toda su familia, a Jesús.

Jesús se admira ante la fe de hombres y mujeres que creen en Él. La fe nos abre a la existencia de un Dios personal, la fe permite a Dios mostrar en nosotros su propio poder.

Es el camino del Evangelio que recorremos durante toda nuestra vida para amanecer un día en la luz de la resurrección.

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote

El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí.  El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11)



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