25 de marzo de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
El Señor os dará una señal
Los intereses partidistas y políticos llevan a Asaz,
rey de Judá, a querer aliarse con los asirios y a no hacer caso al profeta
Isaías. Aunque el profeta insiste en que pida a Dios un milagro, Asaz se
mantiene en sus trece diciendo que él no pondrá a prueba al Señor. Una manera
de decir: No cuento con Él, con su ayuda.
Isaías había insistido: Pídele una señal, ya sea abajo
en lo más profundo o arriba en lo más alto; es decir, en cualquier lugar Dios
puede enviarte una señal de su presencia y de lo que Él quiere que veas y
descubras. Solo hace falta pedírselo con fe y esperar. Porque si se pierde la
esperanza -tentación que todos tenemos- estamos desconfiando de Dios.
Isaías persiste e insiste. “Escuchad. El Señor os dará
una señal: La joven está encinta y va a tener un hijo, al que pondrá por nombre
Enmanuel”. Ese nombre es muy significativo: Dios con nosotros. Y es en ese niño
en el que habrá que poner la esperanza de un nuevo amanecer para el pueblo; y,
por supuesto, para cada uno de nosotros. Las primitivas comunidades cristianas
vienen en este texto una clara prefiguración de lo que había de ser y ya era,
Jesús: Dios con nosotros.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Poner en el Señor, una vez más, toda la esperanza
porque Él escucha nuestro grito. Él nos salva, impide hundirnos, nos da firmeza
al caminar por sus sendas.
Descubrir su voluntad no es fácil, pero no podemos
dejarnos arrastrar por la impaciencia. Hay que tener los ojos, la mente y el
corazón muy abiertos y disponibles para vislumbrar lo que Él desea de cada uno.
Por eso, no hemos de cejar en la súplica, para que no nos niegue -que no lo
hará- su ternura y compasión.
He aquí que vengo para hacer tu voluntad
Cambiar la antigua forma de pensar y de agradar a Dios
es uno de los propósitos del autor, judío converso al cristianismo, de esta
carta. Al autor mismo le costaba este cambio de actitud y de forma de pensar.
Él había sido sacerdote cumplidor de la ley antigua.
Dar paso a la nueva forma de concebir el encuentro con
Dios, suponía dar un giro total a su corazón y a su mente. Era la conversión,
la orientación nueva que Dios pedía. Dejar atrás los sacrificios rituales, las
ofrendas y holocaustos, no era tarea fácil. Había que descubrir, como actitud
primera, cuál podía ser la voluntad de Dios para nosotros y, después, ponerla
en práctica. Cuesta cambiar de mentalidad -a mí el primero-, pero hay que
intentarlo.
Hágase en mi según tu palabra
Lucas es un artista en el arte descriptivo de lo que
pudo ser aquel encuentro silencioso entre Dios y una muchacha orante, confiada.
¡Qué bien hilvana textos, qué bello tejido nos muestra en aquella anunciación
llena de recato, encanto y silencio interior! Fra Angelico ha contribuido tanto
o más que Lucas a ayudarnos a imaginar aquel encuentro entre María y el ángel
Gabriel, que significa en hebreo “Dios es mi fortaleza”.
La sorpresa de María tuvo que ser enorme. ¡Como para
no sorprenderse; ella es sincera: no ha conocido varón! Pero Dios actúa más
allá de nuestras ignorancias, dudas y sorpresas. Sorprenderse, asombrarse, es
comenzar a entender, decía Ortega y Gasset. Y María comenzó a entender… y quizá
comprendió que desde ese momento, “la cosa, que empezó en Galiliea”, no iba a
ser fácil para ella. Gusto de citar a M. Legaut cuando dice en una de sus
meditaciones:
Lo esencial no se enseña. Se revela a cada uno en lo
íntimo, como una anunciación que la esperanza murmura. Sólo lo descubre aquél
que secretamente tiene una gran intuición, y a menudo desde que se es joven.
Porque ahí está la clave: en la intuición juvenil, en
la intimidad de uno mismo, en la esperanza murmuradora, susurrante. Ahí es
donde se descubre lo esencial. Y así lo descubrió María.
Todo parece poético y bello; sin duda, lo es. Pero
queda el final trágico de este evangelio de Lucas, donde pone de manifiesto que
“para Dios nada hay imposible”. Cierto. La respuesta de María es bella, pero
trágica. “he aquí la esclava (la disponible) del Señor. Hágase en mí según tu
palabra”. Respuesta juvenil confiada, decidida, sin pensarlo mucho, como casi
toda decisión juvenil. Pero el evangelio termina: “Y la dejó el ángel”. El
ángel se retiró y la dejó sola. Nunca más volvió a tener “anunciaciones”, ni
consuelos interiores.
Ahí, a mi parecer, está la gran tragedia de aquella
escena: en el abandono posterior, en el silencio siguiente que fue muy largo y
duro para María. Nunca más el que era “fortaleza de Dios” (Gabriel) se le hizo
presente. Triste final de la anunciación. Inicio de un caminar de fe y
confianza hasta llegar a los pies de la cruz, con muchos días de confusión e
incertidumbre con aquel Hijo de sus entrañas. ¿Para esto vino el ángel, para
dejarme sola, sin nada más que la fe a la que asirme, sin más consuelo que un
Hijo entre mis brazos que pronto se marcharía a anunciar él mismo el reino de
Dios y que tan mal terminó…? ¿No hubiera sido mejor…?
No sabemos lo que hubiera sido mejor. Pero lo cierto
es que gracias a ella, nosotros hemos conocido al Salvador.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
Hechos que son Noticias
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