domingo, 15 de marzo de 2020

Comentario: Lunes, III Semana de cuaresma



Color: MORADO

16 de marzo de 2020

REFLEXIONANDO LA PALABARA

“Ahora reconozco que en toda la tierra no hay más dios que el de Israel”
El relato de la curación de Naamán constituye una estructura narrativa que en progresión de contrastes capta la atención para conducirnos a una profunda verdad: Dios se deja encontrar en lo sencillo y lo hace a través de los otros. Quien se  abre a esta luz posibilita el encuentro consigo mismo, se reconoce como criatura en el corazón del universo y se abre al Dios que se acerca a través de humildes signos.

La vida de Naamán era aparentemente exitosa, pero no perfecta, estaba marcada por la enfermedad. La limitación, en cualquiera de sus dimensiones, sella la condición humana desde el inicio de la vida, constituye el primero de los aprendizajes. Sin embargo, con prontitud intentamos esconderla, disimularla, la etiquetamos como si fuese un “defecto” y  terminamos coloreándola de moralidad o escapando de ella. Como Naamán, es posible que nos consideren personas de logros memorables, reconocidas por la sociedad, implicadas en nobles causas, pero que tropezamos en lo esencial porque actuamos más como dueños que deudores, más autosuficientes que interdependientes, más exigentes que agradecidos.

 Eliseo sale al encuentro de la necesidad del  otro sin ser solicitado, no le mueven intereses personales sino el hecho de  poner en claro la presencia de Dios como fuente de vida y salud, fiel a su alianza. Un Dios que libera desde la confianza, que nos rescata desde la escucha que compromete. Nuestra carne arrugada, enferma o sin brillo por el peregrinar de las circunstancias, se torna limpia como la de un niño, cuando descartamos el baluarte de la suficiencia, la comparación estéril, el malhumor que ofusca y repliega.

“Jesús se abrió paso entre ellos”
Las lecturas de este lunes de la tercera semana de Cuaresma manifiestan con claridad la unidad que articula el mensaje de la Escritura. Hay una savia común que nutre la palabra del Antiguo y Nuevo Testamento: el progreso en el desvelamiento del Dios de Israel que culmina en la revelación del Dios de Jesús como misericordia entrañable. Ante esta realidad se dan diferentes reacciones: la reticencia, el desconcierto, la prevención, la duda o la abierta discrepancia. Sólo la confianza nos capacita para el conocimiento y la experiencia de este don de amor que cura las lepras más visibles, así como  la prepotencia más escondida.

El evangelista Lucas nos presenta a un Jesús “hermeneuta”; sí, un  Jesús que no sólo lee la Escritura, sino que se encuentra en ella y mira la vida desde ella. Resulta fascinante contemplar cómo Jesús aplica la analogía de la fe en la interpretación del libro de Reyes y enfoca la verdad del mensaje a su momento personal. Un referente magistral que muestra la actitud adecuada con la que hemos de asomarnos a la Palabra.

Jesús inicia su vida pública con entusiasmo, visita su pueblo, su gente, les comparte lo que guarda en su corazón, les actualiza el tesoro de luz que alberga la Escritura, pero experimenta el rechazo de quienes más tendrían que apoyarle y le desconcierta, le hiere, esta falta de aceptación.

Descubre que son “los de fuera” quienes acogen a los enviados de Dios, quienes aceptan las mediaciones en lo pequeño con radical generosidad, quienes no se cierran a lo diferente. Jesús se reconoce en continuidad con los profetas predecesores y se identifica con ellos. Son los “extranjeros” quienes perciben el paso de Dios entre sus huellas porque viven en la confianza, en la fuerza de lo germinal que nos transforma y fecunda.

Oración

Señor, nos bendices con tu presencia, ayúdanos a mirar desde dentro y desde Ti, para que la vida sea un permanente aprendizaje de misericordia.

¿Está siendo este tiempo de cuaresma una oportunidad para restaurar la confianza?

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote

El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí.  El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11)



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