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MORADO
10 marzo de
2020
Estos no son
otros que los habitantes de Sodoma y Gomorra. Las ciudades, símbolo del
enfrentamiento con Yahvé y sus elegidos. Dios invita a que “dialoguen con él”.
En ese diálogo Yahvé muestra su perdón, si “buscan la justicia, defienden al
oprimido, abogan a favor del huérfano, y defienden a la viuda”. Es decir, si se
deciden a “obrar bien”. El Dios de los profetas, el de Isaías, no quiere perder
el contacto, ni siquiera con los que han decidido prescindir de él. Quiere
encontrarse con ellos. Dios no va a ceder en sus exigencias, que son una
apuesta por la condición humana, y en especial por los que están en situación
más inhumana. Lo que nos lleva a concluir:
1º Por muy
distante que se esté en el sentir, en el pensar e incluso en el actuar, hombres
y mujeres no han de romper las relaciones, siempre podrán encontrarse para
dialogar. Que no es ceder, sino ayudar a comprenderse-
2º Ese
encuentro ha de centrarse en lo esencial, es decir, en cómo comprometerse con
los seres humanos, y de modo especial en los que viven en situación de
inhumanidad para conseguir que su vida sea humana, la que Dios quiere.
¿Predicar o
predicarse?
Los letrados
y fariseos son denunciados por Jesús. La razón es que no pretenden enseñar lo
que sus oyentes necesitan, sino predicarse a sí mismos, lucirse ante ellos,
manifestar su superioridad en el conocer, en la dignidad superior a la de los
demás. Para ello se preocuparán de lo aparente, que es lo superficial: su modo
de vestir que llame la atención, ocupar los primeros puestos en los encuentros
sociales y religiosos, recibir reverencias y que sean estimados como maestros.
Y, puestos a enseñar, lo hacen exigiendo un cumplimiento de duras
prescripciones, que ellos no cumplen. Que pueden ser aceptables, pero no
relevantes. Que no hay que valorar por el sacrificio que suponen, sino porque
no merecen ese sacrifico: son “pesados fardos”, dice Jesús.
Jesús quiere
que sus seguidores, por encima de fórmulas, de consideraciones sociales o
familiares, sean ante todo hermanos. Eso es lo esencial. La función que
desempeñen en el ámbito de las relaciones, no puede ocultar esa verdad
esencial: todos son hermanos.
Por ser
hermanos no son más que nadie. Humillarse, no es aplastarse, sino reconocerse
en lo que se es. Las promesas de exaltación de la condición humana, se hacen al
ser humano, en cuanto es humano a la luz del evangelio, no por sus
conocimientos o por el relieve de sus tareas -funcional- en las relaciones
sociales. Humillarse es conocerse en verdad, y reconocer en verdad al otro como
hermano.
Conclusiones
del mensaje de la Palabra de Dios en este día:
1ª Nadie es
tan perverso, que Dios le aparte de dialogar con él
2ª Dios se
fija en lo esencial: ¿qué haces por los que necesitan tu ayuda?
3ª La base
de esto es que todos somos hermanos, e iguales en lo esencial: nadie es más que
otro. Eso es lo humilde, lo inteligente.
JOSÉ ALIRIO
LAGAREJO PALOMEQUE
SACERDOTE
El Señor me
escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor
se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
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