viernes, 20 de marzo de 2020

Comentario: Sábado, III Semana de Cuaresma




Color: MORADO

20 de marzo de 2020

REFLEXIONANDO LA PALABRA

«Volver al Señor»
Bonita invitación la que nos hace el Señor por medio de esta lectura de Oseas: “volver al Señor”.

Y, ¿en qué puede consistir?

Volver al Señor consiste en poner nuestra confianza en Dios: “Él, que nos despedazó, nos sanará”… en dos días nos sanará y al tercero nos resucitará.

Y, ¿cómo podemos poner nuestra confianza en Él? No podemos confiar en nada ni en nadie que no conozcamos. Cuando tenemos conocimiento de las cosas y las personas, entonces nos ponemos o no en sus manos. Así pues, del mismo modo pasa con Dios: no podemos confiar en Él si no lo conocemos.

Una buena invitación para este tiempo tan especial que vivimos: conocer más al Señor, esto es, volver nuestra mirada hacia Él, contemplarle, contemplar la vida, la naturaleza, nuestra vida; contemplarle en la Palabra de cada día, en los sacramentos; contemplarle en el otro, en el que pasa a nuestro lado, en el que sonríe y en el que está triste. Contemplarle y pedirle con todas nuestras fuerzas que seamos capaces de verlo en el otro.

Buen propósito para estos días que faltan para celebrar la Pascua… y así conseguiremos confiar, ponernos en sus manos y VOLVER AL SEÑOR, porque, como termina la lectura:

“quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos”.

«El publicano bajó a su casa justificado»
En este tercer sábado de Cuaresma la Iglesia nos ofrece una parábola muy conocida: la parábola del fariseo y el publicano. ¿Cuántas veces hemos oído, leído, meditado este evangelio?... muchísimas.

Este es uno de los pasajes más gráficos del Nuevo Testamento. Dos actitudes, dos formas de orar, dos formas de vivir… y queda muy claro cuál es la que prefiere Dios.

La justificación ante Dios del publicano es considerarse y reconocer que es pecador, que no es perfecto. La justificación del publicano es ser humilde ante Dios y ante los hombres.

La humildad es saberse incapaz de llamarse hijo de Dios (como el centurión que pide el favor al Señor, pero tiene toda la confianza en su poder), es confiar en Dios y en que Dios quiere lo mejor para todos nosotros…

De nuevo vemos que al Señor no le gustan las apariencias: le da igual las veces que ayunamos, las limosnas y las oraciones que hagamos, si todo esto no nos ayudan a acercarnos a Él, a acercarnos al hermano, a acercarnos a su misericordia. Podemos llevar una vida muy acorde con los mandamientos, una vida de cumplimiento, pero si nos falta la humildad de corazón, no le vale al Señor.

La humildad, es la cualidad más preciada, la que debemos practicar día a día. ¿Cuánto cambiaría nuestro mundo si todos fuéramos más humildes? Veríamos la viga de nuestro ojo, conoceríamos y reconoceríamos nuestras limitaciones, nuestras deficiencias, nuestras carencias… y no estaríamos tan pendientes de los demás, de lo que son y lo que hacen.

Intentemos vivir en estos días conociéndonos a nosotros mismos, poniéndonos en las manos del Señor con sencillez y humildad, y así podremos bajar, como el publicano, justificados.

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote

El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí.  El Señor se ha hecho mi
auxilio (Sal 29,11)




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