Color: MORADO
13 de marzo de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Lo sabemos por experiencia: la asignatura más difícil
que tenemos los humanos es la de la relaciones personales. Cuando van bien,
cuando nos llevamos bien entre nosotros, producen una gran alegría. Cuando se
tuercen, cuando el mal reina entre nosotros, producen una profunda tristeza.
Si esto lo podemos afirmar en la relaciones entre los
que no son hermanos, tanto más en la relaciones entre hermanos. De estas
últimas nos habla la primera lectura. Nos relata parte de la historia de los
hijos de Jacob. Los mayores, por envicia, por celos, porque era el preferido de
su padre, aborrecían a José, el hermano menor. Hasta tal punto que, ayudados
por las circunstancias, llegan a pensar en matarle, aunque al final le venden a
los ismaelitas que le llevarán Egipto donde llegará a ocupar un puesto muy
importante en la corte del faraón.
Bajando a nuestro terreno, el de los seguidores de
Jesús de todos los tiempos, bien sabemos el regalo que nos hizo Jesús de
elevarnos a la condición de hijos de Dios y, por tanto, a la de de hermanos
unos de otros, pidiéndonos como lógica consecuencia que nos tratásemos como
hermanos, donde el amor prevaleciese por encima de cualquier otra actitud.
“Amaos unos a otros como yo os amado”. Aquí nos jugamos mucho, nos jugamos
llevar una vida gozosa y con sentido o la contraria.
El misterio del rechazo a Dios
Cómo no pensar, leyendo la parábola de este evangelio,
en Jesús y la suerte que corrió en su estancia terrena. Seguimos asombrándonos
del rechazo que sufrió Jesús como consecuencia de lo que había vivido y
predicado. Él, que tuvo la osadía, llevado de su amor hacia nosotros, de siendo
Dios hacerse hombre, llegar hasta nosotros para indicarnos el camino que lleva
a la vida y la vida abundante… fue rechazado por las autoridades de su pueblo y
por parte de su pueblo, hasta el extremo de clavarle en la cruz de los
malditos.
La historia se repite. Se ha repetido a lo largo de
estos XXI siglos de cristianismo, donde ha habido y hay personas que rechazan a
Jesús, que le matan, que no le dejan entrar en sus vidas. Topamos con el
misterio de la libertad humana con la que nos ha adornado nuestro Padre Dios.
Pero también, en ese mismo tiempo, ha
habido y hay personas que le han abierto de par en par sus corazones para
aceptar su persona, su amor, su luz, su amistad, su camino. Y con gran gozo le
siguen diciendo, le seguimos diciendo: “Te seguiré donde quiera que vayas”.
Leyendo esta parábola desde lo que sabemos del rechazo
y muerte de Jesús en el siglo I, de manera espontánea, nos surge la inquietud:
También nosotros, los hombres del siglo XXI, ¿caeremos en lo mismo, y
rechazaremos y mataremos a Jesús? Aquí
chocamos con el misterio de la persona humana, de nuestra libertad, de nuestra
ceguera, de nuestras luces, de nuestra pretendida autosuficiencia y nuestra
debilidad…un misterio. ¿Cómo podemos rechazar y matar ni más ni menos que a
Dios, a su Hijo, que ha tenido la osadía de venir a nuestra tierra a ayudarnos,
a sembrar nuestra vida de luz, de amor, de esperanza, de sentido, de felicidad…
Ante esta posibilidad, nuestra oración a nuestro Padre Dios debe hacerse más
intensa y pedirle que no nos deje cometer la locura de rechazar y matar a su
Hijo.
JOSÉ ALIRIO LAGAREJO PALOMEQUE
SACERDOTE
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
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