lunes, 27 de abril de 2020

Comentario: Martes de la III Semana de Pascua


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28 de abril de 2020

El Evangelio de hoy en AUDIO

REFLEXIONANDO LA PALABRA

Morir confiando en Jesús y perdonando a quien nos hiere
El primer mártir del cristianismo, el diácono Esteban, fue lapidado por denunciar con vigor el comportamiento de quienes lo apresaron, a los que reprochó que hubieran condenado y asesinado a Jesús, el Cristo. En su relato, el autor del libro de los Hechos establece un significativo paralelismo entre la muerte de Esteban y la de Jesús. Subraya dos palabras que reproducen prácticamente las que pronunció Jesús en la cruz.

La primera de ellas: “Señor, Jesús, recibe mi espíritu”, es como un eco de la última de Jesús: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Hay ya conciencia de que Jesús es Dios y el discípulo descansa en él como Jesús en las manos del Padre. El verdadero testigo –mártir- de Jesús muere con la total confianza de que será acogido por su Maestro y Señor en la gloria de su reino (es lo que había intuido ya el buen ladrón al morir al lado de Jesús: Lc 23, 42).

La otra palabra: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”, reproduce básicamente la primera de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). También aquí el mártir se dirige a Jesús como a su Dios (‘Señor’) y le pide que, en su misericordia, perdone a sus verdugos. El verdadero discípulo –mártir- de Jesús muere perdonando y pidiendo por sus enemigos, incluido el joven Saulo, que se convertirá poco después en Pablo, el incansable Apóstol de Cristo.

Vivir alimentándonos de Jesús, el pan que da la vida
El largo discurso de Jesús en el capítulo 6 del evangelio de Juan tiene dos ejes fundamentales íntimamente unidos: el pan de vida y el pan eucarístico. El fragmento de hoy se refiere al pan de vida. Jesús dice de sí mismo que es “el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo”. Es decir, procede del cielo, de Dios, viene de parte de él; y es pan, es alimento. Dicho más en concreto: Dios envía a alguien para que nos dé de comer, nos da pan para que con él nos alimentemos y podamos vivir. Y ese pan es su propio Hijo.

En otro tiempo Dios había dado un pan bajado del cielo –el maná- a los israelitas hambrientos en el desierto. Y precisamente los que escuchan a Jesús hablarles del pan de vida le piden que demuestre que también él es un maná como aquel de antaño; sólo así le creerán. Jesús les dice que así como el Padre del cielo alimentó entonces al pueblo en el desierto, así también ahora lo sigue alimentando; pero con la diferencia de que quien coma ahora de este pan –que es él mismo-, es decir, quien lo acepte y crea en él nunca más pasará hambre.

En otras palabras, quien tenga fe en Jesús como enviado de Dios quedará saciado para siempre. ¿No es esta una oferta tentadora? ¿Quién será tan insensato que se atreva a desdeñarla? ¿Osaremos nosotros, como tantos judíos de su tiempo, rechazar ese incomparable don porque “no nos cabe en la cabeza”? La fe es un don de Dios, sí, pero requiere tener las manos y el corazón abiertos para recibirlo.

Así, pues, ¿aceptamos a Jesús y su palabra como alimento que sacia nuestra vida?, y ¿estamos dispuestos a confiar en él hasta la muerte, perdonando en su nombre a quien nos hiere?

José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote

““La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117)



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