martes, 7 de abril de 2020

Comentario: Miércoles Santo

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8 de abril de 2020

REFLEXIONANDO LA PALABRA

Al abatido una palabra de aliento
El tercer canto de Isaías, el siervo de Yahvé parte de la confianza en Dios. Su misión es la de consolar, la de ofrecer al abatido una Palabra de Aliento.

Estamos ya próximos a la Pascua, donde celebraremos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Hemos de poner atención, y procurar que, como el siervo de Yahvé, se nos espabile el oído cada mañana, para escuchar como los iniciados.

Aunque el Siervo de Yahvé es consciente de los padecimientos que va a soportar, no se echó atrás. Al contrario, ofreció la espalda a los que le apaleaban, no ocultó su rostro ante los ultrajes.

Ante esta situación nos podemos ver con frecuencia. Alimentarnos de la palabra que nos da fuerza y nos consuela puede ofrecernos una capacidad de entereza, la que se necesita en los momentos de afrenta.

Alguien que es capaz de pasar por esta situación sabe reconocer la piel del abatido, y ponerse en su lugar, padeciendo sus propios dolores. Así, podrá encontrar la palabra de aliento necesaria que levante a los dolientes que peregrinan por la vida.

Por eso, nuestra oración cada mañana ha de ser una palabra de aliento por los que viven la discriminación y la violencia en todos sus órdenes. Nuestra oración ha de ser una palabra de aliento por lo que sufren el hambre y la guerra. Una oración dedicada como palabra de aliento para los que sufren, son abusados, o viven su enfermedad desde la soledad más extrema. Una palabra de aliento para los que sufren discriminación e injusticias.

Este mundo no puede acostumbrarse al dolor y al sufrimiento. La palabra de aliento tiene que tener un rostro concreto. Este mundo necesita ver la presencia y la actuación de muchos Siervos de Yahvé, que asuman la misión de Cristo con una palabra de Aliento.

Nuestra Pascua no es recordar el dolor o el sufrimiento. El paso del Señor, pasa por el consuelo de los abatidos. Llenemos nuestra mirada de ternura y de cordura para que no sea la violencia la única presencia en este mundo tan enemistado.

¿Soy yo acaso, maestro?
En Judas Iscariote se personifica la traición. Ya no queda confianza que medie entre Jesús y Judas. Las expectativas de Judas se han roto, y la palabra de Jesús ya no cumple el deseo de su liberación.

Por un lado, en la escena del Evangelio de Mateo, leemos el acuerdo de la traición: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?” La amistad rota dirige a Judas a vender a su amigo, a su Maestro. No ha quedado ninguna palabra, ninguna enseñanza que valide la amistad. Ahora Judas está vendiendo a Jesús como un esclavo.

Por  otro lado, el escenario es la comida fraterna de la Pascua de Jesús con sus discípulos, en ella está presente la confianza y la traición. Sus discípulos y Judas acuden a la cena.

Jesús confiesa en la intimidad la traición que está sufriendo por uno de los suyos. “Uno de vosotros me va a entregar”. Y sus discípulos quedan desconcertados. Todos se preguntaban quién va a ser el traidor. Inquieta la pregunta de Judas, como si no supiera lo que hizo, también pregunta “¿Soy yo acaso, Maestro?”Ante lo que Jesús le contesta: “Tú lo has dicho”.

La traición es la ruptura de la lealtad debida, es la ruptura de la confianza. Pero, en Judas la confianza en su interior ya estaba rota. Jesús no cumplía con sus expectativas. Una decepción que fue creciendo hasta llegar a la actitud más despectiva o que nos provoca desprecio, la traición. Ya nada valen los momentos compartidos, la experiencia de verdad que uno ha vivido; ya nada valen las comidas fraternas donde la palabra y el amor eran expresados. La traición acaba con todo, es la grúa demoledora de toda esperanza. No hay nada que hacer, ha sido vendido como un esclavo, entregado a la muerte y a la sinrazón.

Todo está en manos de Dios. La suerte de Jesús está en manos de su confianza en Dios. Judas fue el ejecutor de la traición, pero de alguna manera los otros discípulos también lo traicionaron, porque por miedo lo abandonaron al borde del abismo.

Cuantas veces traicionamos a Dios y a las personas que amamos por miedo, por aparentar una confianza que no tenemos, o por desilusionarnos con el amigo. La traición es lo más fácil: vendemos al amigo por intereses espurios, lo desterramos de nuestra presencia, lo conducimos al abismo, y lo abandonamos a su suerte.

El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí.  El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11)




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