miércoles, 20 de mayo de 2020

Reflexionando




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21 de mayo de 2020

El Evangelio de hoy en AUDIO

Razones para la alegría” (Jn 16, 12-15)

El tiempo de la Iglesia es, pues, el tiempo del Espíritu Santo.  Si ayer veíamos a éste como el Espíritu de la verdad, hoy lo entendemos también como el Espíritu de la alegría profunda de los creyentes.  Idea que se acentuará de nuevo en el texto que escucharemos mañana.  La resurrección de Cristo fundamenta la alegre esperanza de la nuestra.  Y aunque siempre será cierto que la fe pascual no es un calmante que suprima la dureza de la vida ni la limitación de la muerte, ni las huellas de esta manifiestas en el penoso caminar de los hermanos, también es constatable que el que cree y espera en Cristo mantiene un talante distinto frente a las realidades negativas de la existencia.

Todo ello porque el Espíritu del Señor resucitado vive en nosotros, alimentando la esperanza y la alegría, ayudándonos a entender en cristiano el mensaje positivo que paradójicamente se encierra en términos como cruz y muerte y enseñándonos abiertamente que la última palabra no la tiene el mal, sino el bien; no la muerte, sino la vida.

Porque Cristo vive, tenemos vida también nosotros por su Espíritu.  Por eso podemos repetir con el salmista: No he morir, yo viviré para cantar las hazañas del Señor. Y con san Pablo: Si nuestra vida está unida a Cristo en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya (Rom 6, 5).  Así estaremos prontos para dar razón de nuestra fe y esperanza a todo el que nos la pide (I Pe 3, 15).  ¡Espléndida formulación del estilo cristiano que sabe conjugar la fe, la esperanza y el testimonio de la alegría en el caminar diario!

Hoy hemos de examinarnos sobre la imagen cristiana que damos ante los demás.  En un mundo sin espíritu, ¿sabemos los creyentes testimoniar el gozo del Espíritu y dar razón de nuestra esperanza?
Con nuestro ejemplo de alegría, paz y amor fraterno hemos de hacer buena la palabra bíblica: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.  Han recibido no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abba! (padre)” (Rom 8, 14-ss).  No teman, decía Jesús a los discípulos en su despedida; yo he vencido al mundo.  Pero necesitamos que el Espíritu se lo recordara para entenderlo.  También nosotros.

Y para terminar quiero compartir contigo esta secuencia de Pentecostés:

¡Envía tu Espíritu, Señor,
que renueve la faz de la tierra!

Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro;
Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
Lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
Doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito;
Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.  Amén.

Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria (Sal 56)


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