domingo, 31 de mayo de 2020

Reflexionando




(San Justino)

Color: ROJO

1 de junio de 2020


“Los frutos de la viña” (Mc 12, 1-12)
Valiéndose de la imagen bíblica de la viña, la idea central del evangelio de hoy es el traspaso del reino de Dios a su nuevo pueblo, la Iglesia, que Jesús fundamenta como piedra angular; un pueblo que ha de producir frutos para Dios.

La línea narrativa de la parábola de los viñadores homicidas es sencilla.  Un propietario arrienda su viña a unos ladrones.  Llegado el tiempo de la vendimia (recolección), envía uno tras uno a sus criados para percibir los frutos; pero los labradores los maltratan a todos.  Finalmente envía a su propio hijo, pensando que lo respetarán; más, precisamente por ser el heredero, lo matan por avaricia.  Las consecuencias de tal conducta son el castigo de los homicidas y traspaso de la viña a otros arrendatarios más fieles que le entreguen al dueño los frutos a su tiempo.

La imagen de la viña tiene un trasfondo bíblico y profético.  En el Antiguo Testamento la viña de Dios es Israel, según el lugar clásico de la alegoría de la viña según Is 5, 1.  La alegoría isaiana contrasta el amor delicado y gratuito de Dios por su pueblo y el pertinaz desamor de éste, el cultivo esmerado frente a la cosecha de agrazones (frutos amargos), tal como se repite en uno de los “improperios” de viernes santo.

La primera comunidad cristiana dio gran importancia a la parábola de hoy, que abría el reino de Dios y la Iglesia a todos los pueblos.  Hoy leemos versión de Marcos, que representa la redacción original.  El viernes de la segunda semana de Cuaresma se lee la versión de Mateo (21, 33).

Te damos gracias, Señor, porque nos elegiste
como tu pueblo y tu viña que cuidas con ternura.
Tú nos renuevas siempre tu alianza por medio de Cristo.
Él es la vid y nosotros los sarmientos.
Haz, Padre, que su savia fecunde nuestros corazones
para que demos fruto abundante para tu Reino.

Que en el ofertorio de la misa, con el pan y el vino,
podamos ofrecerte, no los agrazones de nuestro egoísmo,
sino frutos maduros de humildad y fraternidad,
de coparticipación y solidaridad de justicia y de paz.

“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90)

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