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10
de junio de 2020
“Plenitud
de la ley” (Mt 5, 17-19)
El breve texto del Evangelio de hoy es fundamental
para determinar la actitud de Jesús y de la Iglesia primitiva respecto de la
antigua ley mosaica. Es éste uno de los
temas más difíciles de la teología del Nuevo Testamento. Los teólogos y moralistas del tiempo de Jesús
(los sacerdotes y escribas), así como los laicos piadosos (los fariseos) habían
hecho de la ley un absoluto, un compendio de toda la sabiduría humana y divina,
una revelación definitiva de Dios mismo y una guía completa y segura de
conducta dotada de capacidad salvadora para el hombre.
La mayor parte de los miembros de la primera comunidad
cristiana procedían del judaísmo y eran herederos de esa visión totalizante de
la ley. Se necesitó un doloroso proceso
de revisión de actitudes y valorizaciones para entender el paso de la antigua a
la nueva ley y alianza en Cristo. Las cartas
de san Pablo y el texto a los hebreos, por ejemplo, son testigos de los
difíciles pasos de este desarrollo.
Importaba mucho esclarecer la actitud de Jesús ante la
ley mosaica. A esto responde el
evangelio que hoy hemos escuchado. En él
comienza afirmando Jesús: “No crean que he venido a abolir la ley o los
profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Entra aquí en juego un concepto básico en el
evangelista Mateo: el cumplimiento en Cristo de todo lo escrito en “la ley y
los profetas”, expresión que resume el Antiguo Testamento. Toda la ley antigua tenía valor de profecía,
cuyo cumplimiento se verifica en Cristo, una vez llegada la plenitud de los
tiempos mesiánicos y escatológicos inaugurados en su persona y mensaje. Así es como eleva Jesús la antigua ley
mosaica y todo el Antiguo Testamento a una perfección de plenitud.
Este principio, que es punto de partida, lo ilustrará
Cristo a continuación con algunos ejemplos concretos y relevantes: son las 6 antítesis que iremos leyendo en
estos días. “Se dijo a los antiguos…, pero yo les digo”. En ella se ve cómo la nueva ley de Cristo da
profundidad y altura a la alianza y ley antiguas.
Jesús no viene a destruir la ley mosaica,
efectivamente; pero tampoco a consagrarla como intangible -así la entendían
letrados y fariseos- sino a darle con su
enseñanza y conducta personal un alcance nuevo y definitivo en el que se
realiza en plenitud la finalidad que la ley pretendía. San Pablo afirma expresamente: “El fin de lay
es Cristo, para justificación de todo el que cree” (Rom 10, 4).
Te bendecimos, Señor, Dios de nuestros padres,
porque en Cristo Jesús realizaste con tu pueblo
un nuevo pacto de amor total y fidelidad cabal.
En él se cumplieron la ley y los profetas,
adquiriendo así plenitud la antigua alianza.
Gracias, Señor, porque por la fe nos permites
entrar en comunión salvadora y filial contigo.
En verdad el objetivo de la ley es Cristo Jesús
para justificación de todo el que cree en él
concédenos cumplir siempre con amor tu voluntad. Amén.
“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la
sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío,
confío en ti” (Sal 90)✍️
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