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13
de junio de 2020
“Lo
propio de la ley de Cristo” (Mt 5, 33-37)
Hoy seguimos leyendo el discurso del monte según la espléndida composición
literaria de san Mateo y seguimos en las antítesis de Jesús. Si las tres anteriores se referían a las
relaciones humanas, la de hoy, que es la cuarta, toca un deber para con Dios:
el juramento por el que se pone como testigo de algo. El juramento refleja la condición mala del
hombre, pues pone de manifiesto tanto su mentalidad, contra la que se supone
que el juramento es una defensa, como su desconfianza respecto de la veracidad
del prójimo.
Por eso excluye Cristo para sus discípulos no sólo el perjurio, es
decir, la falsedad o el incumplimiento de un juramento hecho a Dios, sino
también el mismo hecho de jurar por el cielo, la tierra, el templo de Jerusalén
o la propia vida. Porque contra la
mentira no hay mejor salvaguardia que vivir en la verdad. En la nueva ética de Jesús la veracidad se
asegura por la integridad interior de la persona.
Los ejemplos concretos que Jesús nos va presentando con sus
antítesis nos orientan a una actitud más religiosa respecto de Dios y del
hermano, a una mejor fidelidad y disponibilidad para el seguimiento de Cristo
mediante el amor. Algo que afecta a la
persona entera: mente, corazón y conducta.
Aquí radica la originalidad de la ley de Cristo, la originalidad cristiana.
Cuando se escribió el texto de san Mateo, hacia los años 75/80, en
una comunidad judeo-cristiana, el judaísmo oficial trataba de rehacerse del
desastre de los años 70 con la destrucción de Jerusalén y del templo por los
romanos. Refugiados en Jamnia, el
movimiento sinagogal afirmaba la identidad judía en una renovada adhesión a la
ley mosaica. También la comunidad
cristiana de Mateo, formada en su mayoría por creyentes provenientes del
judaísmo, buscó a su vez la afirmación de la originalidad cristiana frente a la
renovada ortodoxia judía que los excomulgaba.
De ahí la contraposición que en Mateo se hace de la justicia o
santidad de los escribas y fariseos a la nueva justicia o fidelidad que Jesús
propone a sus discípulos. Esta mayor
fidelidad a la voluntad de Dios no requiere un nuevo código de leyes, sino una
más absoluta, fiel y amorosa respuesta del hombre al amor de Dios.
Te bendecimos, Dios del amor y de la ternura,
locamente enamorado de tu creatura el hombre,
porque por medio de Jesús nos introdujiste
en una nueva alianza de amor y que nos hace hijos
libres y no esclavos de la letra de la ley.
Jesús fue tu “si” rotundo al hombre para siempre.
Por eso la nueva ley de Cristo prima el amor
como respuesta a tu don que siempre nos precede,
como descubrimiento de tu rostro en el del hermano.
Concédenos comprometernos a fondo con tu voluntad
mediante una fidelidad a carta cabal.
amén
“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la
sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío,
confío en ti” (Sal 90)✍️
XI Domingo del
Tiempo Ordinario. Cicla A
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