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26 de octubre de 2019
Conviértanse
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Roma 8, 1-11
Hermanos:
Ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a
Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, me libró, en Cristo
Jesús, de la ley del pecado y de la muerte. Lo que no podía hacer la Ley,
reducida a la impotencia por la carne, Dios lo hizo, enviando a su propio Hijo,
en una carne semejante a la del pecado, y como víctima por el pecado. Así él
condenó el pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliera en
nosotros, que ya no vivimos conforme a la carne sino al espíritu.
En efecto, los que viven según la carne desean lo que
es carnal; en cambio, los que viven según el espíritu, desean lo que es
espiritual. Ahora bien, los deseos de la carne conducen a la muerte, pero los
deseos del espíritu conducen a la vida y a la paz, porque los deseos de la carne
se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. Por eso,
los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios.
Pero ustedes no están animados por la carne sino por
el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el
Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes,
aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive
a causa de la justicia.
Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita
en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos
mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor
SALMO Sal 23,
1-2. 3-4b. 5-6 (R.: cf. 6)
R. Así son
los que buscan tu rostro, Señor.
Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos. R.
El recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En ese momento se presentaron unas personas que
comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con
la de las víctimas de sus sacrificios. El respondió:
«¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto
porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se
convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho
personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables
que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se
convierten, todos acabarán de la misma manera.»
Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una
higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo
entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera
y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?” Pero él respondió:
“Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la
abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás.”»
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Pablo nos describe aquí un dinámico contraste entre
“la carne” y “el Espíritu”. Cuando él habla de la carne, se refiere a las
fuerzas humanas y a la mentalidad de aquí abajo. Mientras que “el Espíritu” son
las fuerzas de Dios y su plan salvador, muchas veces diferente a las apetencias
humanas.
Después del combate espiritual de cada día, de las
tiranteces internas, de la atracción del mal está la victoria. Hay una sola
condición, «estar en Cristo», «estar unido a Cristo».
El Espíritu de Cristo Jesús es el que libera, el
Espíritu de Dios habita en nosotros.
Ahora son posibles todas las exigencias de la ley de
Dios, porque el Espíritu de Dios mismo, está presente en nosotros para
impulsarnos a ella. Ya no estamos bajo el dominio de la carne, sino bajo el
dominio del Espíritu. Si Cristo está en nosotros, aunque nuestro cuerpo sea
para la muerte, el Espíritu nos da vida a causa de la justicia.
El Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los
muertos, habita en nosotros y dará también la vida a nuestros cuerpos mortales.
Está en nosotros como una fuerza de resurrección, dando la “vida” que
repercutirá incluso sobre este pobre cuerpo que nos empuja al pecado.
Cristo, solidarizándose con los hombres y ofreciendo
su sacrificio expiatorio arrebató el poder de la antigua condena del pecado
sobre el hombre.
El Espíritu, que acompañó a Cristo desde su concepción
virginal hasta su glorificación, realizará una obra semejante en nosotros hasta
destruir todo residuo de muerte.
Si hacemos nuestra la victoria de Cristo sobre el
pecado y la muerte, y sobre nuestras inclinaciones pecaminosas; entonces, aún
cuando nuestro cuerpo tenga que padecer la muerte, el Señor le dará nuevamente
vida por obra de su Espíritu, que habita en nosotros.
Llegaron algunos que le contaron a Jesús lo de los
galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios, y
aquellas dieciocho personas que murieron aplastadas al desplomarse la torre de
Siloé.
Uno es el resultado de una voluntad humana: Pilato,
gobernador romano, dominó una revuelta de zelotes que querían derribar el poder
establecido.
El otro es puramente fortuito, un “accidente”
material: se desplomó una torre de Jerusalén.
En tiempo de Jesús, y hoy también, es corriente la
interpretación de que, las víctimas de una desgracia reciben un castigo por sus
pecados. Si una persona tenía una grave enfermedad era porque había cometido
muchos pecados.
Esto puede llegar a ser una manera fácil de
justificarse y acallar la conciencia frente a los males evitables.
Jesús ni aprueba ni condena la conducta de Pilato, ni
quiere admitir que el accidente fuera un castigo de Dios por los pecados de
aquellas personas.
Para Jesús las catástrofes, las desgracias no son un
castigo divino. No somos mejores que los que sufren las consecuencias de la
fuerza desatada de la naturaleza o de la violencia humana. Para Jesús, Dios no
se toma a cada instante la venganza, ni es amigo de enviar castigos a diestra y
siniestra. Sin embargo, todos los males que sufrimos son signos de la
fragilidad humana y son para todos, una invitación a la conversión.
La mirada sobre los “signos de los tiempos”, no tiene
que llevarnos a equivocarnos en la interpretación, juzgando a los demás, sino a
una conversión personal.
Cada uno de esos hechos tiene como función poner en
cuestión nuestras acciones y comportamientos, situándolos delante de Dios.
Ellos nos colocan ante la necesidad de un cambio de vida.
La secuencia concluye con la conocida parábola de la
higuera estéril, figura de Israel. Una iglesia, una comunidad que no dé frutos
no tiene razón de ser. Pero Jesús como ese viñador suplica por su pueblo y por
cada comunidad cristiana. Y se compromete con ella: no escatima sus energías,
cava, pone abono.
Siempre espera, contra toda esperanza, para Dios “no
hay nada imposible”. La paciencia de Dios, como la del viñador, no tiene
límites, es capaz de esperar toda la vida para que nos convirtamos al amor y le
demos una respuesta de amor.
La paciencia de Dios contrasta con nuestra
impaciencia, que quiere ver pronto los resultados y que todo se arregle en un
instante, o que se acabe de golpe el mal. Pero en la vida se crece lentamente,
se madura lentamente, no siempre se da el fruto deseado. Hay que saber esperar
adoptando una actitud de espera activa y positiva.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
"Yo he venido para que tengan vida y vida en
abundancia" (Jn 10,10)✍
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