lunes, 1 de junio de 2020

Reflexionando




(San Marcelino y San Pedro)

Color: VERDE/ROJO

2 de junio de 2020


“Cristianos en la vida cívica” (Mc 12, 13-17)

La ocupación romana de Palestina con sus servidumbres consecuentes, especialmente el pago del impuesto al César, suscita reacciones dispares en los conciudadanos de Jesús.  Los saduceos y herodianos, colaboracionistas del poder extranjero, se mostraban partidarios del impuesto; los fariseos, en cambio, lo consideraban ilícito para un israelita; y los guerrilleros zelotas se oponían al mismo por las armas.

Por eso la capciosa pregunta que fariseos y herodianos le plantean a Jesús era un difícil dilema para Él: ¿Es lícito pagar impuesto al César?  Es decir, ¿puede normalmente un israelita, adorador del único Dios verdadero pagar un impuesto personal al emperador romano, que se presenta como una deidad extranjera con su efigie acuñada en la moneda?  La cuestión cívica tocaba el nivel de la conciencia religiosa. Jesús tenía que medir sus palabras.  Una respuesta afirmativa o negativa, e incluso el silencio evasivo, no dejaría de crearle un problema con la autoridad religiosa o la civil.

Pero él procedió muy inteligentemente.  Primero echa en cara a sus interlocutores su doblez e hipocresía, luego les pide que le muestren un denario romano, en el que estaba grabada la efigie del César (el emperador Tiberio en aquel momento), y finalmente sentencia: “Paguen al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Esta frase lapidaria de Jesús ha pasado a la historia, recibiendo interpretaciones diversas según épocas e ideologías.  Es evidente que Cristo distingue aquí deberes cívicos para con la autoridad y deberes religiosos para con Dos.
De este texto se desprende una tarea para el cristiano: ser mejor ciudadano, como lo fue Jesús mismo, que acató la autoridad civil y la ley religiosa de su tiempo, si bien con lealtad cívica.  Nada de lo que debemos a Dios se lo quitamos al César, pero también debemos ser conscientes que la fe religiosa no nos exime, sino que nos obliga a dar a una autoridad estatal legítima y justa la obediencia debida y la colaboración ciudadana: pago de impuestos, cumplimiento de las leyes, responsabilidad cívica, participación democrática, crítica constructiva y solidaridad en la justicia.

Bendito seas, Jesucristo, Hijo del Padre,
porque nos enseñaste a dar a Dios lo que es suyo
y a la autoridad civil la obediencia debida.

Con el ejemplo de tu vida nos mostraste
que tu discípulo debe ser el mejor ciudadano:
leal, justo, responsable, crítico y solidario.
Pero si tú, Señor, no nos construye la casa,
en vano vigilamos, madrugamos y trajinamos.

Concédenos tu Espíritu de amor y de servicio
para que testimoniemos ante nuestros hermanos
que tu Reino tiene la primacía en nuestra vida.


“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90)

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