lunes, 16 de marzo de 2020

Comentario: Martes, III Semana de Cuaresma

Color: MORADO

11 de marzo de 2020

REFLEXIONANDO LA PALABRA

Acepta nuestro corazón contrito
Las palabras de Azarías, en medio del fuego al que ha sido arrojado por Nabucodonosor, representan la oración de todos los que se sienten desarmados ante la realidad. Es una hermosa oración donde queda patente la desolación, tras haber contemplado las ruinas de su patria. Parece decir: no queda nada, sólo Tú. Y en medio de tanta desgracia, donde no hay ni príncipes ni profetas, él se lamenta del abandono que sufren. ¿A dónde acudir, a quién gritar? Y vuelve su mirada a Dios. Y le pide que acepte un corazón contrito, humillado. Poco más se puede ofrecer a Dios, pero no deja de ser importante que ante tanta devastación la oración se convierta en una manifestación de confianza.

Estamos viviendo la Cuaresma. Un tiempo propicio para examinar nuestra realidad a los ojos  de Dios e intentar ofrecerle, también, nuestro corazón contrito. Es tiempo de pensar y reflexionar. Quizá en nuestro tiempo vamos un poco a ese erial donde se ha expulsado a Dios, para sustituirlo por otros dioses o diosecillos. También nosotros, con frecuencia, vivimos un tanto abatidos, sin fuerzas para seguir caminando porque el trayecto de la fidelidad a Jesucristo no es un camino de rosas. Tampoco lo fue el suyo. Este tiempo de penitencia y reconciliación, es el momento de dirigirnos a nuestro Buen Padre Dios y ofrecerle nuestro desconcierto ante tantas realidades negativas que hemos de afrontar cada día. Es tiempo de sinceridad y reconocimiento de nuestra condición pecadora. Ofrecerle nuestro corazón contrito es una forma de expresar nuestra confianza en su perdón y en su misericordia.

Hasta setenta veces siete
Nuestras relaciones con los demás son el parámetro de nuestra relación con Dios. Cuesta creerlo, pero así consta en el evangelio de Jesús. “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo». Y San Juan, en su primera carta, lo formula de modo parecido: “Pues el que no ama a su hermano a quien ve; ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve?” Y ahí no tenemos escapatoria. Somos hipócritas cuando afirmamos amar a Dios y nos olvidamos de los que tenemos alrededor. Por eso, el evangelio de hoy viene a recalcar la importancia de la reconciliación con los hermanos.

Es Pedro quien quiere saber cuántas veces ha de perdonar al hermano. La respuesta de Jesús es clara: el perdón no debe tener límites. No hay otra forma de vivir el seguimiento del Buen Maestro. Si Dios es misericordioso, nosotros hemos de imitarle en ese punto. El perdón comienza cuando somos capaces de no fijar la atención en lo que los demás llevan a cabo con nosotros. Es verdad; la experiencia nos dice que cuesta mucho perdonar cuando la herida de la ofensa está viva y la cultivamos en nuestro interior. De nuevo hemos de mirar a Jesús. Él, en su comportamiento, lo demostró múltiples veces. El gesto máximo de perdón lo manifestó, explícitamente, en la cruz pidiendo a Dios que perdonara a sus ejecutores. Eso mismo espera Él de nosotros. ¿Qué significan nuestros gestos de perdón, a veces por nimiedades, ante ese gesto suyo en el patíbulo? ¿Cómo podemos nosotros mantenernos ajenos a ese ejemplo supremo de perdón?

Sería bueno, cuestionarnos cuántas veces vamos perdonando a lo largo del día. Es un gran paso en nuestro seguimiento de Jesús, especialmente en este tiempo de Cuaresma.

JOSÉ ALIRIO LAGAREJO PALOMEQUE
SACERDOTE

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