28 de marzo de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
"La soledad se consuela en las manos de Dios"
Jeremías siente cómo sus exhortaciones al Pueblo para
que siga los caminos de Yahvé le complican la vida. No es fácil ir
contracorriente. Denunciar la idolatría de los sacerdotes y responsables del
Templo por celebrar los cultos atávicos de los pueblos circundantes le crea
enemigos. La moda es seguir las creencias astrales e invocar a las fuerzas
naturales para sentir la protección de los dioses de la naturaleza.
Jeremías les reprocha haber olvidado que el verdadero
Dios es Yahvé. Que la promesa viene por el Dios creador que les dio una tierra,
les eligió como Pueblo y estableció una Alianza con ellos. Ser fiel al Señor es
seguir sus pasos, cumplir sus preceptos, invocar su amparo. Y ese compromiso le
supone al profeta afrontar la persecución y la amenaza de muerte.
Sus advertencias proféticas desmontan el mercadeo, la
manipulación y apoderamiento que los principales tienen construido. No quieren
depender de nadie ni dar cuenta o respuesta de sus actos. No soportan un
profeta que les contradiga. Sobra, debe eliminarse. Y en esa soledad e
incomprensión general, Jeremías clama al Dios fiel para que le salve.
Abanderar la verdad, ponerse del lado del Dios justo,
del camino de la Alianza salvífica, acarrea incomprensión y desaliento. Pero
nuestra esperanza está en ese Dios fiel, que cumple sus promesas y acoge a
quien se refugia en Él.
"¿También vosotros os habéis dejado
embaucar?"
Vemos en este evangelio la figura de un Jesús
contradictorio. Su presencia y sus discursos generan admiración y rechazo. Sus
palabras son chocantes. Para unos son las de un profeta de Israel, que incluso
suscita la esperanza de tener al Mesías esperado.
A los oídos del pueblo fiel y sencillo, Jesús llena
sus expectativas, los acoge en la nueva alianza que él predica. Sin embargo,
para los oídos de los sumos sacerdotes y fariseos, es un impostor, sacrílego,
embaucador, que debe ser eliminado. Ni por su origen galileo, ni por razón de
estirpe, ni por lo que predica (el reino para los pobres y desheredados), ni
por su enfrentamiento con la estrechez legalista puede ser respetado.
Jesús, el verdadero profeta de Israel, es denostado
como lo fue Jeremías y la mayoría de profetas en la historia del Pueblo. Pero
la llamada y la misión del Padre no pueden quedar retenidas. Cualquier excusa
sirve a sus enemigos para contradecirle y buscar su ruina. No es de Belén, no
sabe de la Ley, es un embaucador. Pero Jesús se enfrenta al poder. La verdad
del Padre es anterior a todas las dificultades que pretendan plantearle. Ni el
desaire y la persecución pararán su andadura.
Está condenado, pero debe cumplir la voluntad del que
le ha enviado. Así nos enseña que la llamada al servicio de Dios provoca
enemistades y rechazos. Que defender el mensaje del Reino supone apostar por la
verdad y por la misericordia. Que frente a las adversidades y descalificaciones
que nos plantee el mundo, la semilla de la caridad y el amor a la verdad deben
refrendarse con toda la sencillez y radicalidad que Dios nos pide.
El único temor que se nos permite es el de no ser
fieles pregoneros de la verdad de Dios. Somos profetas, elegidos de Dios para
proclamar su Reino.
¿Intentamos ser verdaderos predicadores de la Palabra
de salvación que Jesús vino a traer a este mundo, especialmente para los más
indefensos y necesitados? Pidamos fuerzas al Señor para llevar adelante esta
misión.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
Hechos que son Noticias
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