6 de abril de 2020
REFLEXIONANDO LA PALABRA
Mirad a mi siervo
La persona se encuentra permanentemente frente a la
disyuntiva de cómo posicionarse frente a la vida que no es distinto de cómo
situarse frente a la propia. La respuesta sólo puede darse de manera personal e
intransferible, a saber: desde la naturaleza esencial (lo que verdaderamente
somos), o por el contrario, desde el personaje (lo que no somos pero creemos
ser).
Comenzábamos la Cuaresma con la invitación a estrenar
un corazón nuevo y un espíritu nuevo (Ez 18, 31). - ¿Por qué?, ¿Para qué? Así
no moriréis, nos responde el profeta.
Dilema constante entre vivir o malvivir.
Debido al adoctrinamiento sufrido desde párvulos a
través de los distintos ámbitos significativos: familia, escuela, sociedad,
parroquia…el triunfador ha sido y es el personaje, instalando a la criatura en
la dualidad, con la consiguiente experiencia de apátrida.
En este Lunes Santo, las lecturas de la Palabra de
Dios nos van a confrontar con esta evidencia.
El Deuteroisaías en su Primer Cántico del Siervo hace
una singular invitación: MIRAD A MI SIERVO.
¿Quién es este Siervo? De entrada, el vocablo chirría
en una mente postmodernista, ya que hace referencia a una persona sometida
totalmente a la autoridad de otra. Lo que sí es cierto es, que se trata de un
desconocido, no se sabe quién es, aunque el evangelista S. Mateo lo cita en su
capítulo 12, vv.18-21 aplicándolo a la vida y obra del Señor Jesús, para
significar el cumplimiento de lo anunciado por el profeta. De ahí, que los
cristianos asintamos con el salmista: Es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?(Sal
26,1)
Este Siervo va
a estar ajeno a todo lo que significa leer la vida desde la clave egótica, con
posicionamientos tales como:
Incitación, hostigación: «No gritará, no clamará, no
voceará por las calles» (v.2)
Su actitud exhorta a hacer viaje interior, para dejar
de lado todo lo que entrañe continente frente a contenido, postureo al que fácilmente se sucumbe. La persona señoreando
su espacio interior es ajena a toda soliviantación, aún con supuestos tintes
sacrosantos.
Como el personaje no tiene entidad propia se siente
amenazado de forma permanentemente. De ahí el matar de cualquier forma. Modelo
de esto son los sumos sacerdotes que nos presenta el evangelio de S. Juan en
este día: Habían decidido dar muerte también a Lázaro, pues por su causa muchos
judíos iban y creían en Jesús (vv.10-11). Nótese que en el capítulo anterior
habían decidido dar muerte a Jesús (v.53).
A través del adverbio también, el evangelista firma
con fuerza el deseo de las autoridades religiosas judías de que ambos sujetos
corran la misma suerte, a saber: ser asesinados.
Prepotencia y extorsión: «la caña cascada no la
quebrará, la mecha vacilante no la apagará» (v.3)
Siervo extraño a todo afán de dominación. Sólo la
psique atenazada por la inseguridad
sucumbe al despotismo, sufriendo en primera persona sus estragos, además de los
impuestos a sus dominados.
Siervo impertérrito a toda disposición cicatera que
instrumentaliza la situación en aras del propio beneficio. Judas es exponente
de ello: - ¿Por qué no han vendido ese perfume en trescientos de arios para
repartirlos a los pobres? – lo decía no porque le importará los pobres, sino
porque era ladrón; y, como llevaba la bolsa, sustraía de lo que ponían en
ella(Jn 12, 5-6)
Frente a estas actitudes sin substancia -el mal carece
de la misma- se nos invita a mirar a este Siervo para así adentrarnos en lo que
supone nuestra naturaleza esencial:
Promover e implantar el derecho en la tierra (v.4)
Abrir los ojos de los ciegos (v.7)
Sacar de la cárcel a los que viven en tinieblas (v.7)
Allí le ofrecieron una cena
En el Evangelio de hoy, S. Juan nos muestra al Maestro
en la recta final de su subida a Jerusalén: Seis días antes de la Pascua.
Cabe preguntarse: - ¿A qué Pascua se refiere? ¿Alude a
la fiesta judía por excelencia? o ¿se trata de la Pascua que Jesús va a vivir
en carne propia y por ello es tu pascua, la mía y la de todo hombre que la
quiera acoger? Es obvio a todas luces que se trata de la Pascua del Señor
Jesús.
Cena y Perfume se hacen necesarios; más aún, se
convierten en la antesala pascual. El aguijón de la muerte inocula su veneno de
múltiples formas y se necesita del consuelo y la fuerza de los hermanos, de los
amigos, en este caso los de Betania.
Cena material que directamente apunta a otra cena; la
eucarística, donde Jesús se convierte en camarero, mesa y comida como nos dirá
en una de sus cartas Sta. Catalina de Siena.
La casa se llena del buen olor del Perfume, el de los
buenos gestos que a tiempo y a destiempo se convierten en bálsamo para el
camino.
José Alirio Lagarejo Palomeque
Sacerdote
El Señor me escuchó y tuvo compasión de mí. El Señor se ha hecho mi auxilio (Sal 29,11) ✍
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