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BLANCO
20
de mayo de 2020
El Evangelio de hoy en AUDIO
“La
Iglesia, comunidad del Espíritu” (Jn 16, 12-15)
En el evangelio de hoy tenemos dos de las seis tareas
que Jesús asigna al Espíritu en su discurso de despedida, como estamos viendo
en estas últimas semanas de Pascua:
Primera: Acompañar a los discípulos en la ausencia de
Jesús.
Segunda: Recordarles las palabras deL
mismo Jesús.
Tercera: Dar testimonio de Él.
Cuarta: Hacer un juicio constante sobre el pecado y la
injusticia del mundo.
Quinta: Guiar a los discípulos hasta la verdad plena y
Sexta: Glorificar a Jesús.
Aunque lo necesitamos imperiosamente, es difícil
hablar hoy del Espíritu Santo a un mundo vacío de espíritu, sobrado de materia
y sumido en la increencia. Como le fue
difícil a san Pablo anunciar al Dios de nuestro Señor Jesucristo a los
atenienses, adictos a la más crasa de las idolatrías. Según vemos en la primera lectura (Hc 17, 15.22–18, 1). Pablo partió del altar ateniense “al Dios
desconocidos” y de los argumentos en que la filosofía griega de los estoicos
coincidía con la revelación bíblica, para centrar su discurso en el
conocimiento de Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos; más aún, de
quien somos estirpe. Todo esto invita a
convertirse a Dios que constituyó juez a Jesús, resucitado de entre los
muertos.
Aunque el Espíritu de Dios actúa también fuera de la
Iglesia, es la comunidad de fe el espacio natural de su presencia y acción, según
se desprende del discurso de despedida de Jesús. Así se concluye también de la lectura
continuada que venimos haciendo del libro de los Hechos, que además de ser un
ensayo histórico-teológico de la Iglesia naciente, es también la primera y
mejor teología del Espíritu. Éste se
comunica al grupo cristiano mediante los sacramentos, de suerte que, a partir
del bautismo, toda nuestra vida cristiana está marcada por la acción del
Espíritu.
Necesitamos ser conscientes de ello y pedir con
frecuencia al Espíritu Santo el coraje que nos es indispensable para ser
cristianos hoy día, es decir para confesar a Cristo como Señor de nuestras
vidas, para ser miembros activos de una Iglesia misionera, para poder rezar el
padre nuestro, para llenar nuestro vacío, derretir nuestro hielo y vencer el
pecado con la fuerza de lo alto, para vivir, en fin, la moral cristiana con
talante de hijos de Dios y como ley del Espíritu que da vida y libertad en
Cristo Jesús.
Y para terminar quiero compartir contigo esta
secuencia de Pentecostés:
¡Envía tu Espíritu, Señor,
que renueve la faz de la tierra!
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndidos,
luz que penetras las almas, fuerza del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro
esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de
fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los
duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.
¡Envía tu Espíritu, Señor,
que renueve la faz de la tierra!
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