martes, 19 de mayo de 2020

Reflexionando



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20 de mayo de 2020

El Evangelio de hoy en AUDIO

“La Iglesia, comunidad del Espíritu” (Jn 16, 12-15)

En el evangelio de hoy tenemos dos de las seis tareas que Jesús asigna al Espíritu en su discurso de despedida, como estamos viendo en estas últimas semanas de Pascua:
Primera: Acompañar a los discípulos en la ausencia de Jesús.
Segunda: Recordarles las palabras deL mismo Jesús.
Tercera: Dar testimonio de Él.
Cuarta: Hacer un juicio constante sobre el pecado y la injusticia del mundo.
Quinta: Guiar a los discípulos hasta la verdad plena y
Sexta: Glorificar a Jesús.

Aunque lo necesitamos imperiosamente, es difícil hablar hoy del Espíritu Santo a un mundo vacío de espíritu, sobrado de materia y sumido en la increencia.  Como le fue difícil a san Pablo anunciar al Dios de nuestro Señor Jesucristo a los atenienses, adictos a la más crasa de las idolatrías.  Según vemos en la primera lectura (Hc 17, 15.22–18, 1).  Pablo partió del altar ateniense “al Dios desconocidos” y de los argumentos en que la filosofía griega de los estoicos coincidía con la revelación bíblica, para centrar su discurso en el conocimiento de Dios en quien vivimos, nos movemos y existimos; más aún, de quien somos estirpe.  Todo esto invita a convertirse a Dios que constituyó juez a Jesús, resucitado de entre los muertos.

Aunque el Espíritu de Dios actúa también fuera de la Iglesia, es la comunidad de fe el espacio natural de su presencia y acción, según se desprende del discurso de despedida de Jesús.  Así se concluye también de la lectura continuada que venimos haciendo del libro de los Hechos, que además de ser un ensayo histórico-teológico de la Iglesia naciente, es también la primera y mejor teología del Espíritu.  Éste se comunica al grupo cristiano mediante los sacramentos, de suerte que, a partir del bautismo, toda nuestra vida cristiana está marcada por la acción del Espíritu.

Necesitamos ser conscientes de ello y pedir con frecuencia al Espíritu Santo el coraje que nos es indispensable para ser cristianos hoy día, es decir para confesar a Cristo como Señor de nuestras vidas, para ser miembros activos de una Iglesia misionera, para poder rezar el padre nuestro, para llenar nuestro vacío, derretir nuestro hielo y vencer el pecado con la fuerza de lo alto, para vivir, en fin, la moral cristiana con talante de hijos de Dios y como ley del Espíritu que da vida y libertad en Cristo Jesús.

Y para terminar quiero compartir contigo esta secuencia de Pentecostés:

¡Envía tu Espíritu, Señor,
que renueve la faz de la tierra!

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndidos,
luz que penetras las almas, fuerza del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.

¡Envía tu Espíritu, Señor,
que renueve la faz de la tierra!

Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria (Sal 56)


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