jueves, 21 de mayo de 2020

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22 de mayo de 2020

El Evangelio de hoy en AUDIO

Nadie les quitará su alegría (Jn 16, 20-23a)

La proclamación evangélica de hoy comienza repitiendo la última frase de Jesús a sus discípulos en el texto de ayer a anunciarles, una vez más, su partida: “ustedes están tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría”.  Se trata de una alegría que surge triunfante del dolor.  Para expresarla se sirve Jesús de una breve parábola, sacada de la experiencia del nacimiento de un ser humano. “La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño ni se acuerda del apuro, por la alegría que al mundo le ha nacido un hombre”.

Este lenguaje figurativo referente a los dolores del parto tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, en que se aplica el día del Señor y a la venida de mesías.  Así en los profetas Isaías, Oseas y Miqueas, por ejemplo, en otra literatura de la época y en el Apocalipsis.  Según la mentalidad judía que se refiere a los discursos escatológicos de Mateo, Marcos y Lucas, el día final del Señor precederá una gran tribulación para los elegidos, preludio de la alegría por la victoria final, lo mismo que los dolores del parto dan paso al gozo de una nueva vida.

La tristeza de los discípulos tendrá un doble motivo de dolor: la partida de Jesús en su muerte y las tribulaciones que él les ha predicho.  Igualmente la alegría que seguirá tiene una doble causa: la victoria de Cristo sobre la muerte en su resurrección y la presencia duradera del Señor por medio de su Espíritu, si bien esta alegría no excluye el dolor impuesto por el odio del mundo.

Exactamente ésa fue la situación del apóstol Pablo al servicio del evangelio.  En la primera lectura (Hc 18, 9-18) le vemos hoy acusado por los judíos de Corinto ante el tribunal de Galión, procónsul de Acaya, pero salió bien parado al declararse el romano incompetente en asuntos religiosos.

La muerte de Cristo supuso el doloroso parto de una humanidad nueva mediante la resurrección de quien es el hombre nuevo.  Jesús fue el grano de trigo que, muriendo en el surco, dio agradable cosecha de vida nueva según el proyecto de Dios.  Precisamente en esa vida nueva reside la alegría que nadie podrá arrebatar a los que son de Cristo.  Un gozo que ya se les concedió e las apariciones pascuales del resucitado y que se continuará en la asistencia del Paráclito, que hace presente a Jesús.

Dios Padre nuestro, Dios fiel a tus promesas,
escucha el grito ardiente de nuestra plegaria;
y, según la promesa de Cristo en su despedida,
cambia nuestra tristeza en gozo indestructible.
Reconocemos, Señor, que no sabemos orar en profundidad.
Danos el Espíritu de Jesús que nos enseñe a rezarte.

Te presentamos nuestro mundo que gime
bajo el peso de la increencia y de la desesperanza.
Cuando el cansancio y el desánimo nos ronden,
danos tu fuerza, tu luz, tu verdad y tu alegría
para seguir firmes en la fe hasta el día de Cristo. Amén

Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria (Sal 56)


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