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VERDE
8
de junio de 2020
“Un
programa nuevo de felicidad” (MT 5, 1-12)
Jesús conocía el corazón humano, sediento de
felicidad. Todo ser humano quiere ser
feliz; en consecuencia, busca la manera de conseguirlo, conforme a lo que cada
uno entiende por felicidad: riqueza y dinero, éxito y posición social, seguridad
y amor, poder y dominio, sexo y placer… Jesús propone un camino seguro de
felicidad, aunque nuevo y paradójico.
La página de las bienaventuranzas es la más
revolucionaria del Evangelio, porque en ella establece Jesús una inversión
total de los criterios mundanos respecto de la felicidad. Él declara dichosos, porque ya desde ahora
poseen el Reino y el favor de Dios, a cuantos el mundo tiene por infelices: los
pobres y los hambrientos, los que lloran y sufren, los misericordiosos que
saben perdonar, los rectos y limpios de corazón, los que fomentan la paz y
desechan la violencia, los perseguidos por su fidelidad a Dios.
Debido a la novedad radical y paradójica de las
bienaventuranzas de Jesús, hay quienes las tachan de utopía irrealizable y sin
la más elemental lógica; para otros son un mero ideal espiritualista, sublime
pero inalcanzable. Sin embargo, Jesús
las pronunció consciente de su significado y alcance; y las propuso entonces y
las propone hoy a todo hombre y mujer que quieran seguir su mismo camino,
porque son las actitudes básicas para ser su discípulo-misionero, para asimilar
el espíritu del Reino y para conseguir la felicidad en plenitud por el camino
de la liberación.
Antes de Cristo nadie se había atrevido a hacer tales
afirmaciones. Tan paradójicas son las
bienaventuranzas que solamente las entiende quien las vive y practica, como
hizo Jesús mismo. Su vida constituye la
mejor clave de interpretación de las bienaventuranzas. Él fue pobre y sufrido, tuvo hambre y sed de
justicia, creó paz y reconciliación, fue perseguido y murió por la salvación
del hombre. Encarnando en su persona las
bienaventuranzas, éstas se convierten para su discípulo en programa realizable
y operativo.
Las bienaventuranzas de Cristo no son espiritualismo
desencarnado, ni pasividad alienante, ni resignación fatalista. Él no las pronunció para justificar y
perpetuar una clase social de hombres y mujeres apocados, contentos con una
esperanza futura. Su felicidad es
presente, pero conlleva un compromiso personal y efectivo con la pobreza y el
sufrimiento humano en cualquiera de sus manifestaciones, mediante el desprendimiento
y el aguante, la opción por la sinceridad y la justicia, la construcción de la
paz, el rechazo de la violencia, la fraternidad, el amor y la solidaridad entre
los hombres.
Que el Señor nos conceda fe, amor y coraje suficientes
para entender las bienaventuranzas, asimilarlas y vivirlas con Cristo.
Gracias, Señor Jesús, porque, proclamándolos dichosos,
devolviste la dignidad, el Reino y la esperanza
a los que el mundo tiene por últimos e infelices:
los pobres y los humildes, los que lloran y sufren,
los que tienen hambre y sed de fidelidad a Dios,
los misericordiosos que saben perdonar a los demás,
los que proceden con un corazón limpio y sincero,
los que fomentan la paz y desechan la violencia,
los perseguidos por servirte a ti y al Evangelio.
Tú eres el primero que realizaste este programa,
y tu ejemplo nos anima a seguirte hasta el final.
Tú eres nuestra fuerza. ¡Bendito seas por siempre,
Señor!
“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la
sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío,
confío en ti” (Sal 90)✍️
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