martes, 2 de junio de 2020

Reflexionando




(San Carlos Luanga y compañeros mártires)

Color: ROJO

3 de junio de 2020


“Espero la resurrección de los muertos” (Mc 12, 18-27)

Los saduceos preguntan a Jesús sobre la resurrección de los muertos, que ellos negaban a pesar de haber llegado a ser doctrina común en el judaísmo de entonces.  Partiendo de la ley mosaica del levítico (del latín Levir: cuñado) que mandaba al hermano de un marido difunto y sin descendencia casarse con la viuda (Dt 25, 5), tratan de ridiculizar la fe en la resurrección mediante un caso extremo, casi abusador; una viuda sin hijos que se ha casado sucesivamente con 7 hermanos. ¿De qué marido será esposa en la otra vida?

La respuesta de Jesús tiene 2 partes, referente la primera al matrimonio en el más allá, y a la resurrección de los murtos, la segunda.  Jesús comienza por rechazar lo que daba motivo a la mofa de los saduceos la explicación demasiado simple y corpórea de los fariseos y algunos rabinos sobre la resurrección. “Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán”.  La vida sexual, tal como ahora se expresa, no tiene sentido ni finalidad en la otra vida, pues los resucitados “ya no pueden morir; son como ángeles, son hijos de Dios porque participan en la resurrección”, se dice en el lugar paralelo de Lucas (Lc 20, 36).

En la segunda parte de su respuesta, para afirmar la resurrección de los muertos apela Jesús al testimonio de la Escritura en el pasaje de la zarza ardiendo cuando Yavé se revelo Moisés como el “Dios de Abrahán, Isaac y Jacob” (Ex 3, 6).  De ahí concluye Jesús que si el Señor es Dios de los patriarcas que ya murieron, es porque están vivos en su presencia, pues “no es Dios de muertos, sino de vivos”.  Cristo podía haber citado otros textos bíblicos más explícitos sobre la resurrección, en los libros de los Macabeos y del profeta Daniel (siglo II a.C.).  Pero prefirió valerse del Pentateuco porque era la única Escritura que aceptaban los saduceos.

Te bendecimos, Dios de la vida,
porque mediante la fe y el bautismo del Espíritu
nos llamaste a vivir contigo para siempre.
¿Cómo vislumbrar y entender algo del mundo nuevo
de la resurrección, sino desde la fe en la persona
de Cristo resucitado, vencedor de la muerte?

El hombre, a quien tú amas, Señor, es un ser para la vida.
Alienta nuestra esperanza e ilumínanos con tu palabra,
para que entendamos que la dicha futura que esperamos
se gesta ya en el compromiso con el mundo presente,
en el amor a ti y a nuestros hermanos los hombres.

“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90)

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