jueves, 25 de junio de 2020

La Palabra de Dios hoy

Viernes de la XII Semana. Tiempo Ordinario

Color: VERDE

26 de junio de 2020


Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes (25,1-12):

El año noveno del reinado de Sedecías, el día diez del décimo mes, Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén con todo su ejército, acampó frente a ella y construyó torres de asalto alrededor. La ciudad quedó sitiada hasta el año once del reinado de Sedecías, el día noveno del mes cuarto. El hambre apretó en la ciudad, y no había pan para la población. Se abrió brecha en la ciudad, y los soldados huyeron de noche por la puerta entre las dos murallas, junto a los jardines reales, mientras los caldeos rodeaban la ciudad, y se marcharon por el camino de la estepa. El ejército caldeo persiguió al rey; lo alcanzaron en la estepa de Jericó, mientras sus tropas se dispersaban abandonándolo. Apresaron al rey y se lo llevaron al rey de Babilonia, que estaba en Ribla, y lo procesó. A los hijos de Sedecías los hizo ajusticiar ante su vista; a Sedecias lo cegó, le echó cadenas de bronce y lo llevó a Babilonia. El día primero del quinto mes, que corresponde al año diecinueve del reinado de Nabucodonosor en Babilonia, llegó a Jerusalén Nabusardán, jefe de la guardia, funcionario del rey de Babilonia. Incendió el templo, el palacio real y las casas de Jerusalén, y puso fuego a todos los palacios. El ejército caldeo, a las órdenes del jefe de la guardia, derribó las murallas que rodeaban a Jerusalén. Nabusardán, jefe de la guardia, se llevó cautivos al resto del pueblo que había quedado en la ciudad, a los que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de la plebe. De la clase baja dejó algunos como viñadores y hortelanos.

Palabra de Dios


Sal 136,1-2.3.4-5.6

R/. Que se me pegue la lengua al paladar sí no me acuerdo de ti

Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras. R/.

Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.» R/.

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha. R/.

Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R/.



Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,1-4):

En aquel tiempo, al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.
En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.»
Extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero, queda limpio.»
Y en seguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés.»

Palabra del Señor



REFLEXIONANDO LA PALABRA

“Los milagros de la fe” (Mt 8, 1-4)

El evangelista san Mateo, después de presentar a Jesús como doctor y nuevo legislador en el discurso del monte (Los caps del 5 al 7), lo muestra como curador en una serie narrativa de 10 milagros agrupados por tríadas que se concluyen con un pasaje doctrinal.  Así completa la imagen de Cristo, profeta y hombre de Dios, poderoso en obras y palabras.

El evangelio de hoy relata el primer milagro de la primera triada: curación de un leproso: la escena tiene lugar “al bajar Jesús del monte”.  Se le acercó el leproso y le dijo: Señor, si quieres puedes limpiarme.  Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: ¡Quiero, queda limpio! Y al instante se curó de la lepra.

Importa destacar que la curación va precedida de un breve diálogo que expresa la fe del agraciado.  El leproso, de rodillas ante Jesús, lo llama “Señor”. Título que la primitiva comunidad cristiana dio a Cristo resucitado.  La fe pascual se ha trasvasado a la redacción evangélica posterior a los hechos narrados.  Pero la fe del enfermo es evidente.  Si quieres, puedes limpiarme.  Esto nos demuestra, una vez más, que la fe era condición indispensable para los milagros de Jesús.

Los milagros, más que apoyar la fe en Cristo, brotaban de la fe previa en él.  Era la fe de los que le suplicaban y confiaban en el poder de un hombre de Dios lo que suscitaba la intervención extraordinaria de la energía divina que residía en la persona, palabra y gestos de Jesús de Nazaret.  Sin embargo, también es cierto que, en un segundo momento, el milagro venía a confirmar y afianzar esa fe inicial, como anota el evangelista Juan después de relatar la conversión del agua en vino en las bodas de Caná: “Jesús manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él”.  Que crezca mi fe en ti, Señor.

Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos,
nos mostró que el amor no margina a nadie, sino que
regenera a la persona, restableciéndola en su dignidad.
Cada sanación de Cristo nos habla de su corazón sensible
y nos confirma en la llegada de tu Reino y de tu amor.

Gracias también por tantos hombres y hombres
entregados a la fascinante tarea de amar a sus hermanos
y liberar a los pobres y marginados de la sociedad:
hambrientos, enfermos, ancianos, presos, exiliados…
Sacia su hambre de justicia y da éxito a su empeño;
y a nosotros impúlsanos a seguir el ejemplo de Jesús,
sirviendo a Cristo en nuestros hermanos más abandonados.


“Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90)




XIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

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